Lo cuenta Erik Varden obispo, católico, de Trondheim (Noruega), en una cita recogida de esa pequeña joya mensual del sacerdote Pablo Cervera, el Magnificat: "Dada la certeza de la universalidad de la muerte vemos que ahora la gente se confabula ampliamente en un esfuerzo por fingir que la muerte no existe. Morir es casi invisible en la sociedad occidental. Se considera indecente referirse a ella. No podemos soportar nuestra impotencia. Por una extraña paradoja, me parece que el debate en curso sobre la muerte asistida está, en realidad, ligado a nuestra negación posmoderna de la muerte. Deseamos estar al mando hasta el final. Deseamos alimentar la ilusión de que somos dueños de nuestro destino. Y, por eso, queremos abolir la espera de la muerte. Preferimos apretar el interruptor cuando nos conviene, cuando ya hemos tenido suficiente rendimiento".

Es decir, eutanasia: el peor de los orgullos es la soberbia ante la muerte. Si lo prefieren, la "negación posmoderna" de la muerte: "Deseamos estar al mando hasta el final. Deseamos alimentar la ilusión de que somos dueños de nuestro destino". Vana ilusión, tonto orgullo de paletos ontológicos. La muerte nos alcanzará, no cuando nosotros decidamos sino cuando Dios lo quiera. Y si, por contradecirle, la precipitamos, sólo debemos recordar que el suicidio es el peor de los homicidios... además de un fraude.