No menos de 100 varones en mi ciudad, Lérida, son integristas musulmanes. Al menos, esos cien son los que van vestidos a lo talibán: con su bata, su larga barba y su casquete o gorro musulmán en la cabeza.
Cuando dejan salir a la esposa de casa, ésta va detrás de él, sumisa y callada, con tres o cuatro niños, e integralmente tapada, incluidas las manos, y en pleno verano. Tímidamente, y con reticencias entre los que se definen como progresistas, nuestros políticos locales han conseguido que éstas sólo se destapen la cara cuando entren en instituciones públicas (hospitales, ayuntamiento, policía).
Nunca entenderé cómo este tipo de personas han podido entrar legalmente en España y, aún menos, entiendo por qué se les mantiene con el gratis total e indefinido desde nuestras instituciones autonómicas y municipales. Porque estas personas ni han trabajado ni trabajarán nunca ellas, además, lo tienen prohibido- y ningún contrato de trabajo les ha servido para legalizar o justificar su situación en España o traspasar nuestras fronteras.
No entiendo ni entenderé nunca por qué nuestros gobernantes autorizan la estancia y mantienen generosa y económicamente a unas personas que odian la civilización occidental, la democracia, los más mínimos derechos humanos y la dignidad de la mujer. Unas personas que tienen, además, como objetivo a largo plazo someter al Islam a todos nosotros.
Dentro de no muchos lustros, comprobaremos y sufriremos el craso error que estamos ahora cometiendo y alimentando. Espero equivocarme.
María de los Ángeles Barber Georges