Sr. Director:
Oración de alabanza. Monjes de clausura. Para el común de las gentes es difícil entender la vida enclaustrada, cerrada, de monjes y monjas.
Parece una vida inútil, improductiva, la de unas personas dedicadas todo el día a rezar alabando a Dios. Sin embargo, para los clérigos y muchos laicos es la más importante de todas las actividades de este mundo. Pensándolo bien, ser alabados, que nos reconozcan nuestros méritos y los favores que hacemos, es lo mismo que deseamos los hombres, hechos a su imagen y semejanza.¡Y cómo nos repelen los desagradecidos, los que nos ignoran tras haberles resuelto un grave problema en sus vidas! Igualmente, nos agrada ser alabados por lo bien que hablamos, que escribimos, por nuestros triunfos personales en el deporte, en nuestro trabajo, por nuestras cualidades,…Nos estimula a seguir.
Los profesores sabemos por experiencia que los alumnos menos dotados se estimulan mucho más si alabamos lo poco que hacen bien, que si se les recrimina y riñe por su pobre trabajo. Por otra parte, alabar con sinceridad, sin hipocresías y sin carantoñas, produce buenos réditos pues predispone al alabado a continuar haciendo favores. Alabar a un amigo o compañero, reconocerle ante los demás una superior capacidad o mérito es propio de hombres magnánimos, de almas grandes, almas que escasean.
No crean que es fácil. Prueben a proponer como "penitencia" en una reunión, incluso religiosa, hablar bien de los amigos durante una semana. Se llevarán una sorpresa. En general, nos guardamos muy mucho de alabar a nadie y menos si es amigo, pues al reconocer su superioridad ante los otros, estamos reconociendo nuestra propia inferioridad, y ¡eso si que no! ¡Hasta ahí podíamos llegar! Como a nadie le gusta parecer más bajito que otro, nos callamos las alabanzas y parecemos todos más iguales de acuerdo con el dogma progre de ¡Todos iguales!
Ser agradecidos, reconocer que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a un Dios Creador, es el motivo por el que algunos santos y religiosos ponen a la oración de alabanza como la primera y principal de todas nuestras actividades, muy por encima de cualquier otra, por muy importante que nos parezca.
Las prioridades son: Primero, oración; segundo, sacrificio; y en tercer lugar, muy en tercer lugar, el trabajo. Los Papas nos dan un buen ejemplo. Cuando tienen un grave problema nos convoca a orar, y él mismo no hace otra cosa; y después, también trabajando, los problemas se mitigan o desaparecen. Sin olvidar que la oración tiene un efecto terapéutico relajante muy notable cuando se hace bien.
Alejo Fernández Pérez
Alejo_fp@terra.es