Lo que ha ocurrido con la victoria de George Bush es muy sencillo : de repente, muchos millones de personas en el mundo se han dado cuenta de que eran muchos millones y no, como temían, unos pocos, los que estaban dispuestos a defender una serie de principios. Millones de personas, sólo que de uno en uno, se han dado cuenta de que no están solos, y de que la progresía imperante tiene más de apariencia que de fuerza real. Millones de personas, en todo el mundo, no sólo en Estados Unidos sino en los cinco continentes.
Millones de personas han caído en la cuenta de que el aborto es un asesinato y que, por lo tanto, con el aborto no se puede ni dialogar. Lo sabían, pero no se sentían apoyados y, por eso, no se atrevían a levantar la voz. Ahora sólo queda que el triunfo de Bush provoque una reacción positiva sea la de proteger la vida y ayuda a la madre.
Millones de personas se han dado cuenta de que, por muchas estupideces que se lean y se escuchen, donde hay genoma humano hay ser humano y con la fecundación y el embrión nace la persona. Lo sospechaban, pero no se atrevían a decírselo ni a sí mismos. Ahora ya sólo queda que este triunfo electoral se concrete en ayudar a quien quiere adoptar porque no puede tener hijos (causa primera de todo el desastre FIV) y que la investigación médica para curar enfermedades por vía genética se centre en las células madre adultas.
Millones de personas se han dado cuenta de que no puede haber otra familia que la formada por hombre y mujer, dos tipos de personas tan diferentes como complementarias que son ambos sexos. Ahora sólo falta que este triunfo electoral suponga un renacer de la vitalidad en una generación y ayuda a los homosexuales a dejar de serlo.
El sistema mediático se ha lanzado a hablar de valores, sea para ensalzarlos o para vituperarlos. He visto a un medio pro Bush definir los valores religiosos que han llevado al presidente estadounidense a la reelección: el aborto, la utilización de armas y la familia tradicional. Ahora resulta que la facilidad para comprar armas en Estados Unidos es un valor y, por lo demás, religioso. Eso es confundir los valores con los calores. No, la libertad para portar armas de fuego no es un valor religioso de George Bush, sino un contravalor, un antivalor, es decir, una verdadera memez. El arma de fuego es un invento maldito, con el que un hombre puede matar a otro a distancia, sin arriesgar nada, sin tan siquiera poseer la excusa del coraje. La libertad para comprar armas es la peor tradición de América, como el aborto lo es de Europa, a la que los argentinos llaman la vieja puta, y me temo que empiezan a tener razón.
Mientras tanto, la progresía sigue con la tontuna acostumbrada. Una semana después del sorprendente resultado de las elecciones norteamericanas, aún puede verse al diario El País afirmando que lo que ocurre es que el pueblo se equivoca y que los conservadores, nueva forma de insultar a quien no le gusta, piensan que sus valores son inmutables. Ciertamente, si no fueran inmutables no serían valores. Y además, a los que defendemos valores como la familia y la vida lo que no nos gusta de Bush es, precisamente, que sea de derechas, es decir, amante del capitalismo financiero, de la especulación. Es curioso, El País, arquetipo de la progresía, ataca a Bush por defender la vida del no nacido, por defender la familia, que es la cuna de la libertad, por la Guerra de Iraq (donde me tienen a su lado) pero, qué curioso, no por defender la especulación capitalista ni la globalización del más fuerte. Es lógico, el progresismo tomó el poder en la modernidad y ahora, en la posmodernidad, ya ni se preocupa en ocultar que le encanta la plutocracia. La progresía, a día de hoy, vive de la bolsa.
De la bolsa, y de fastidiar un poco. Al final, con las elecciones norteamericanas hemos redescubierto que la modernidad ha terminado donde debía terminar: no creen en nada. O mejor, en lo único que creen es en envidiar, odiar y fastidiar al creyente. Pero eso no es una doctrina, sólo es una picazón.
En cualquier caso, corremos el riesgo de no aprender la lección que nos ha dado el pueblo norteamericano. Pero, por de pronto, hay millones de personas que saben que ya no están solos y que lo que creían imposible, es decir, que la mayoría apoyara una serie de principios, resulta que sí es posible. Dicen que Bush es tonto. Yo, sólo por haber logrado el despertar de tantas almas durmientes, le daría el Premio Nobel (por ejemplo, de matemáticas, porque ahora empiezan a salir las cuentas). Bush no ha cedido en lo elemental y la gente lo ha comprendido. Se vuelve a repetir lo de Chesterton: Si se trata de moral, preguntad al pueblo. Al pueblo, no al Sistema mediático, ni mucho menos al político, ni mucho menos al económico, ni a los archipámpanos de las modas culturales. Para entendernos, los Amenábar de turno.
La verdad es que no recuerdo ningún político sobre el que se haya derramado tanta responsabilidad como sobre George Bush en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2004. A mí, sinceramente, me daría miedo estar en sus zapatos. Probablemente, a estas alturas, tenga que atacar Faluya para dar con el núcleo terrorista más sangriento entre los que ahora mismo operan en el país, y que, como todos los terroristas, se esconden cobardemente tras la población civil, a la que utiliza como escudo, pero debería mostrar también la otra cara de la moneda: la de la mano tendida a un país que ha sufrido mucho también por culpa de los norteamericanos. Es la hora de saber ganar.
Y a pesar de todo esto, millones de personas han despertado. En El País continúan dormidos.
Eulogio López