Hay tres modos de identificarse y amar el territorio donde uno ha nacido, que es una tendencia natural y afectiva del ser humano, hacia el lugar donde venimos al mundo, donde vimos la tierra, las personas, las costumbres, y las demás circunstancias, por primera vez, que se nos grabaron en el corazón, en la mente y en la retina.
Uno de ellos es el regionalismo, que es un sentimiento de pertenecer y amar ese entorno de circunstancias, que es sobre todo un sentimiento noble que dignifica a la persona y ésta manifiesta de distintas formas, como expresión de agradecimiento al lugar que le vio nacer.
Generalmente es una porción de terreno no muy extensa, incluida en un territorio más grande que solemos llamar nación, compuesta a su vez por otros pueblos o regiones.
Otro modo es el patriotismo, que igualmente es un sentimiento noble de pertenecer a una patria, a una nación que engloba distintas regiones unidas por la Historia, los diversos pueblos que la han formado con sus decisiones más o menos acertadas o desafortunadas a lo largo de los siglos, y los avatares que han sufrido sus habitantes en su transcurso, junto con los logros, dolores, sacrificios y alegrías que han sentido todos ellos.
El ser humano, si es consciente y agradecido, se considera deudor de todo lo obtenido por sus antepasados y que éstos le han legado al dejar este mundo y está dispuesto a sacrificarse también e incluso dar su vida por defender a su patria o a su nación, si ésta es atacada, avasallada, agredida o mancillada por cualquier otro pueblo o grupo de personas.
El tercer modo de identificarse el hombre con su terruño, es el nacionalismo, que es también un regionalismo, pero experimentado con un sentimiento más intenso que el regionalismo y que conlleva el peligro de exagerarse hasta rebasar toda limitación en su afán de desear alcanzar a ser una Nación y un Estado con sus prerrogativas de organización supraregional, con la emisión de todo tipo de leyes, establecimiento de embajadas en otros países, constitución de ejército propio, anexión o dominio de otros pueblos o naciones arrebatando sus bienes y sus territorios, etc.
Ese sentimiento exacerbado, al no poner límite racional a sus deseos, suele terminar pervirtiéndose y convirtiéndose en un sentimiento innoble y peligroso, porque se desprecian los valores fundamentales de la convivencia democrática, burlando y manipulando arteramente la verdad de los hechos, la libertad y derechos de las personas, el respeto a la vida y a los bienes de los demás, con mentiras y apariencias de realidad, utilizando el "todo vale" con tal de conseguir los fines de emancipación e independentismo o dominio y abuso de poder a los que se vinculan los grupos de personas que se sienten arrastrados por ese sentimiento, y al que de ninguna manera están dispuestos a renunciar. Es el idealismo irracional y fanatizado. Estoy pensando sobre todo en el comunismo, el nazismo, el fascismo, y otros "ismos" que tantos males y desventuras han producido a la humanidad y que parece que nunca nos libramos de ellos a perpetuidad.
Aun contando con que el comunismo tiene una raíz claramente distinta a los nacionalismos, pero se asemeja a ellos en los medios que usa.
El ser o conseguir ser una nación que domine o impere sobre otras, a costa de la verdad y mediante el abuso de poder, mintiendo y tergiversando la Historia y llegando incluso al asesinato, es una gravísima perversión, porque en su interés ilimitado, pone la propia razón y el sentimiento en la cúspide o por encima de cualquier otro valor: no importan los medios lícitos o no, morales o no, con tal de lograr cuanto antes el objetivo perseguido.
Es un aspecto más de la idolatría humana, magníficamente reflejada e ironizada por el gran cineasta Charles Chaplin en su famosa película El Gran Dictador.
Roberto Grao Gracia