Sr. Director:
Acompañando a uno de mis hijos, paso muchos días por delante de uno de los centros de exterminio de mi ciudad, las mal llamadas clínicas abortistas, o sea, donde te vas a curar de un embarazo. Me recorre un escalofrío cada vez que paso por delante, porque me siento fatal pensando y preguntándome si estoy haciendo todo lo que puedo para evitar tanto mal. Me siento como se debían sentir esos alemanes de hace unos años que olían el horror y sabían de él y no podían tal vez mas que echar una oración.
Hasta dónde ha llegado la imbecilidad, que veo cuando paso, que obligan a las mujeres y acompañantes a salir a la calle a fumar, porque fumar, no lo olviden ustedes, puede matar. Y digo yo ¿qué hace el tío o tía, a veces ni especialista como se ha demostrado en nuestra ciudad, que le arranca de cuajo a la mujer el ser que crece en sus entrañas dentro del centro? ¿Por qué no le obligan a salir a la calle en su actividad, que no es que pueda matar, sino que mata seguro? ¡Ah, no! señores, eso no es matar, eso es succionar, despedazar, aspirar o descuartizar a un bebe o persona pequeñita, pero matar, lo que se dice matar; por favor ¡qué fuerte! ¿No?
Rosalía Cortés Sastre
rocosajones@hotmail.com