Cambian las costumbres navideñas del mundo empresarial, y nos vamos acostumbrando a un paisaje en el que se practican operaciones apresuradas de fin de año con finalidad imaginativa.
Se trata de tener hechos los deberes (es decir, la modificación del estatuto de algunos de los elementos de su patrimonio), para que las auditorías puedan firmar un informe limpio en el sentido de que la información contable representa la imagen fiel de la empresa cotizada. Cuáles sean las operaciones de este fin de año queda a la hemeroteca y al fino criterio del lector.
Qué diferencia, por ejemplo, entre los balances antes y después de consolidar las participaciones conseguidas con tanta imaginación y tan poco desembolso; es una práctica reveladora de las dificultades para admitir la realidad de su situación que tienen algunos de los genios que nos regalan el espectáculo de su actividad fecunda.
Es verdad que algunos incurren en el problema de agencia, o sea que se atizan emolumentos de escándalo con el pretexto de que gestionan una empresa grande de la que no son dueños y de cuyo futuro sólo les importa que no se caiga con ellos dentro.
Sin embargo, la experiencia de estos años reclama una mayor atención de la comunidad inversora en el sentido de votar con los pies (ya que el protagonismo activo en los órganos de gobierno queda fuera del ámbito de un buen padre de familia por varios y encadenados mecanismos).
José Luis Rodríguez