Durante todas las tertulias que mantuvo san Josemaría Escrivá, a lo largo de su vida, resulta ilustrativo cómo con cierta frecuencia, era interpelado acerca de algún tema referente al matrimonio, y empezaba siempre comentando que el amor conyugal constituía algo muy noble, limpio y hermoso.
Hoy día, se quiere, y se ataca a la familia, encontrando por doquier incomprensiones y amenazas, no hay que olvidar que ésta es la institución máxima familiar, tutela de la vida humana, basada sobre el matrimonio para toda la vida de un hombre y una mujer. Los esposos deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la incorporación a la sociedad, de la conciencia que se les cree dependerá gran parte la eficacia y el éxito de sus vidas: su felicidad. Sin olvidar que la felicidad conyugal y familiar está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar, el trato cariñoso con los hijos, el trabajo de todos los días, en el que colabora toda la familia, el buen humor ante las contrariedades que nunca van a faltar.
Este santo de nuestro tiempo también en sus libros, nos dejó constancia de la grandeza de la familia. Cito un capítulo de Es Cristo que pasa, 30, donde nos dice que las Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído.
Estas palabras fueron escritas hace más de 40 años, pero siguen siendo actuales. Conviene, por tanto, esforzarse en concretar y poner por obra, ¡cada día!, dedicando a ello tiempo y atención, un conjunto de detalles, para que nunca falte en los hogares la paz y la alegría, que a veces a muchos nos falta.
Elena Baeza Villena