Los inversores nos miran, señor Zapatero aseguró la insigne analista -mirada firme, amenazante-
El presi, acongojado, aseguraba a doña María Bartiromo, oráculo de Wall Street, que el sistema bancario español es sólido, bien capitalizado y que los inversores deben tomar deuda española, que es aún más sólida que los bancos patrios.
La verdad es que a los inversores financieros, es decir, a los especuladores, lo que menos les importa es la solvencia de la deuda española; lo único que les preocupa es su rentabilidad. Por eso, el especulador alienta el rescate y ataca a la deuda española. Sabe que, de esta forma, obliga al Gobierno a ofrecer más rentabilidad. Con esa mayor rentabilidad mina su solvencia, naturalmente, pero para eso está el primo de Zumosol (UE o FMI), para rescatarles. No a España ni a los españoles, sino a su dinero.
En definitiva, el éxito de un Gobierno no consiste en convencer a los especuladores, a través de ese fiscal que es la CNBC o de otros elementos del sistema financiero internacional, de su solvencia. Claro que los inversores financieros, que no industriales, es decir, los especuladores, nos observan, pero sólo para meternos la mano en el bolsillo en cuanto nos descuidemos.
La forma que tiene un gobernante para burlarse de la vigilante mirada del especulador no consiste en venderle su deuda sino en no hacerlo, en no emitir bonos. Dicho de otra forma: la moral económica de un Gobierno, su contribución al innegociable valor del bien común, consiste en no endeudar a sus ciudadanos, en cumplir la máxima de Charles Dickens: el camino hacia la tristeza consiste en ganar 20 peniques y gastar 21; el camino hacia la felicidad consiste en ganar 20 peniques y gastar 19. Y eso es válido para gobiernos, bancos y familias.
Y el que gaste 21, allá se las componga, sea banco o gobierno, porque las familias se distinguen de ambos en que no pueden crear dinero. Recuerden que el inversor financiero, es decir, el especulador como creo haber dicho antes-, es aquel que, después de haber cubierto sus necesidades primarias, aún le sobra para invertir en Bolsa: no hay que tenerle lástima.
Lo que nos debe preocupar no es la solvencia del sistema bancario o del riesgo país, sino los 4,1 millones de parados (que en la práctica son cinco) que no llegan a fin de mes y a los que, por tanto, les importa un pimiento que la bolsa baje o el riesgo-país se tambalee. Saben que si la Bolsa y la deuda van bien, a ellos no les tocará nada y que, si va mal, ellos pagarán los platos rotos en forma de rescate.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com
El presi, acongojado, aseguraba a doña María Bartiromo, oráculo de Wall Street, que el sistema bancario español es sólido, bien capitalizado y que los inversores deben tomar deuda española, que es aún más sólida que los bancos patrios.
La verdad es que a los inversores financieros, es decir, a los especuladores, lo que menos les importa es la solvencia de la deuda española; lo único que les preocupa es su rentabilidad. Por eso, el especulador alienta el rescate y ataca a la deuda española. Sabe que, de esta forma, obliga al Gobierno a ofrecer más rentabilidad. Con esa mayor rentabilidad mina su solvencia, naturalmente, pero para eso está el primo de Zumosol (UE o FMI), para rescatarles. No a España ni a los españoles, sino a su dinero.
En definitiva, el éxito de un Gobierno no consiste en convencer a los especuladores, a través de ese fiscal que es la CNBC o de otros elementos del sistema financiero internacional, de su solvencia. Claro que los inversores financieros, que no industriales, es decir, los especuladores, nos observan, pero sólo para meternos la mano en el bolsillo en cuanto nos descuidemos.
La forma que tiene un gobernante para burlarse de la vigilante mirada del especulador no consiste en venderle su deuda sino en no hacerlo, en no emitir bonos. Dicho de otra forma: la moral económica de un Gobierno, su contribución al innegociable valor del bien común, consiste en no endeudar a sus ciudadanos, en cumplir la máxima de Charles Dickens: el camino hacia la tristeza consiste en ganar 20 peniques y gastar 21; el camino hacia la felicidad consiste en ganar 20 peniques y gastar 19. Y eso es válido para gobiernos, bancos y familias.
Y el que gaste 21, allá se las componga, sea banco o gobierno, porque las familias se distinguen de ambos en que no pueden crear dinero. Recuerden que el inversor financiero, es decir, el especulador como creo haber dicho antes-, es aquel que, después de haber cubierto sus necesidades primarias, aún le sobra para invertir en Bolsa: no hay que tenerle lástima.
Lo que nos debe preocupar no es la solvencia del sistema bancario o del riesgo país, sino los 4,1 millones de parados (que en la práctica son cinco) que no llegan a fin de mes y a los que, por tanto, les importa un pimiento que la bolsa baje o el riesgo-país se tambalee. Saben que si la Bolsa y la deuda van bien, a ellos no les tocará nada y que, si va mal, ellos pagarán los platos rotos en forma de rescate.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com