El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, cree necesario mantener la presión sobre Honduras. Su tesis es que una Honduras aislada de la comunidad internacional no es sostenible. Y probablemente tiene razón. Lo que no se entiende es por qué una posición tan firme en un conflicto tan complejo. Porque conviene recortar que la Corte Suprema destituyó a Zelaya. Y posteriormente, el Congreso de la Nación hizo lo mismo de manera unánime. Por lo tanto, como mínimo hay un choque de legitimidades que Insulza debería de tratar con mayor delicadeza.
Pero es que además, ocurre la paradoja de que la OEA abrió la mano para la entrada de la dictadura cubana en la organización. Por cierto que en aquella ocasión, Zelaya defendió que se exonerará a Cuba de firmar la carta democrática. Y es que para Insulza, la legitimidad de Cuba se llama Fidel Castro. Es la doble vara de medir. Ante una dictadura claramente ilegítima, puertas abiertas; ante un golpe de Estado dudoso y complejo, mano dura. Y es precisamente esta asimetría la que deslegitima a organizaciones como la OEA.
El Papa Benedicto XVI, mucho más prudente, elude criticar el golpe de Estado en su alocución de Honduras del pasado domingo. Una posición que contrasta con el rechazo de la OEA, ONU, EEUU, Comisión Europea y España. Por algo será.