De las vestimentas mejor no hablar porque la colección de calzoncillos, bragas y sostenes que no pueden no mirarse, confieren a los alumnos de selectividad una imagen colectiva tirando a hedionda. Pero hay más. Está el estilo, el savoir faire.

Madrid, mañana del lunes 7 de junio: un catedrático universitario encargado de controlar las pruebas de acceso al templo universitario es reclamado por una de las discentes:

-Oye tú. El aludido le interrumpe:

-Usted y yo, señorita, ¿nos hemos emborrachado juntos alguna vez?

-No, responde la aludida.

-Pues entonces me trata de usted, por favor.

En el examen de historia se les había pedido a los alumnos que comentaran las circunstancias concretas del discurso de José Antonio Primo de Rivera, en el Teatro de la Comedia.

Otra candidata a la licenciatura solicita una aclaración al profesor vigilante:

-¿Qué son circunstancias concretas?

-Pues mire usted, el contexto histórico en el que se recitó ese discurso...

-¡Ah claro!, porque un año después abdicó.

El profesor decide responder que sí, que por ahí iba la cosa, momento a partir del cual se dedicó a sus ensoñaciones particulares.

Columbro que la educación de los españoles tiene algún problema y sospecho que el problema no está en la universidad sino en la escuela. Pero no deja de ser una sospecha.

Así que no me parece mal que, para responder a cuatro cuestiones históricas se les ofrezcan dos páginas y para desarrollar un tema o comentar un discurso se les otorgue otras dos (páginas, no hojas, que es algo así como la abdicación de los políticos). Al principio creí que se trataba de la acostumbrada pereza de los profes para corregir exámenes, verdadera tortura no inventada por los chinos sino por el lamentable proceso de educación obligatoria en Europa.

Hagamos como aquel viejo profesor que tuve en la Universidad de Navarra, Luka Brajnovic, muy aficionado al aprobado ramplón, bajo un argumento definitivo: Ya les suspenderá la vida.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com