A monseñor Uriarte, obispo saliente de San Sebastián, le preocupa que se haya roto la comunión en su diócesis.

Se trata de una comunión muy especial, porque aquí no se comulga con nadie sino contra alguien. Para ser exactos, son algunos de los euskaldunes curas de la zona los que comulgan contra José Ignacio Munilla, a la sazón su nuevo obispo. Ya lo dije en su momento: Antes uno del Opus que Munilla, clamaba la clerecía. Y es que el bueno de Munilla les quita la disculpa nacional: es vasco y habla vascuence, cuando lo que realmente fastidia a los curas guipuchis firmantes de un manifiesto contra su nuevo obispo es que el muy miserable trata de evangelizar -cosa fea-, y no conoce otro partido que el de Cristo, y claro, eso es un insulto personal, especialmente a su forma de hacer y de ejercer el sacerdocio. Vamos que Munilla no es progresista por lo que, evidentemente, es un integrista de tomo y lomo. El muy cavernícola continúa a Jesús de Nazaret, que es un personaje de hace 2.000 años, y aún se refiere a nociones tan anticuadas como las de pecado, conversión, Cielo o Infierno.

Chesterton lo explicaba así: Algunos modernos hombres de Iglesia -modernos de 1900- llaman progreso a este cambio continuo. Es como si dijéramos que un cadáver rebosante de gusanos tiene una vitalidad pujante; o que un muñeco de nieve que está convirtiéndose poco a poco en un charquito está purificándose de sus excrecencias.

Incluso, monseñor Uriarte ha llamado en su defensa, en defensa de la comunión del obispo con los párrocos, que no de los párrocos con el obispo, al Concilio Vaticano II. Eso está muy bien, porque nadie que se haya leído las constituciones dogmáticas del Vaticano II, puede llegar a esa conclusión: constituye una magnífica y rigurosa ratificación del magisterio eclesial de hace 2.000 años, actualizado en lenguaje y profundizado en ideas. Lo que ocurre es que el Concilio no se ha leído.

El problema de algunos clérigos euskaldunes no es que sean nacionalistas sino que son fósiles. Lo explicaré, también, con palabras del maestro británico: un fósil es una cosa muy curiosa. No es un animal muerto ni un organismo en descomposición, ni siquiera un objeto antiguo. La característica esencial del fósil es que se trata de la forma de un animal u organismo, que ha perdido toda su sustancia orgánica o animal, conservando su apariencia, que ha sido rellenada por una sustancia totalmente diferente a través de un proceso de destilación o secreción. Podríamos decir, con los metafísicos medievales, que la sustancia ha desaparecido y sólo permanecen sus accidentes. Y esta es la metáfora que mejor puede describir la verdad acerca de las nuevas religiones: son fósiles.

No hay vocaciones en San Sebastián, antaño tierra de santos y fundadores, y apenas se confiesa, aunque sí se comulga. Incluso como reto. Porque  lo más grave de toda esta historia es el presidente del PNV, Íñigo Urkullu, se jactó de comulgar horas después de que sus diputados hubieran aprobado en el Congreso la ley Aído de aborto.

No hay nada de malo en ser cristiano  nacionalista, independentista, sí se quiere, por más que a mí ese nacionalismo me parezca anacrónico. El problema es adorar al dios Euskadi, claro pecado de idolatría. Y el otro problema es el de negar a Dios delante de los hombres, de los hombres-fósil.

Eulogio López

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