Hubo, y hay, gente que negó el exterminio nazi, aunque no cuesta mucho visitar Auschwitz. Pero, afortunadamente, son pocos. Hubo, hay, muchísimos más, casi me atrevería a decir que conforman mayoría en el mismísimo siglo XXI, que negaron el gulag soviético o los campos de reeducación, o sea, exterminio, del amigo Mao. Y eso que el comunismo ha asesinado a mucha más gente que el nacionalsocialismo, ha devorado a media humanidad y ha sentado las bases del materialismo práctico y de la aversión a la debilidad –cuya expresión más palpable es el aborto- que reina en el mundo actual.
Mil veces más dañino –aunque estas comparaciones, creo, sirven para poco- ha sido el comunismo que los fascismos, entre otras cosas porque encabeza el ranking del homicidio moderno con muchos cuerpos de ventaja y, sin embargo, el comunismo se ha ido de rositas por la historia.
Hoy, calificar a alguien de fascista es un insulto, mientras que llamarle comunista es una definición. Buena prueba de ello es que aún subsisten en toda Europa partidos comunistas, mientras los partidos fascistas han suprimido el término en sus registros (lo cual me parece estupendo).
Y si no hubiera sido por el hombre que acaba de fallecer, Alexander Solzhenitsyn, probablemente muchos seguirían negando las barbaridades del comunismo, que tantos historiadores gustan delimitar en leninismos, estalinismos, maoísmos, como si la proliferación de "ismos", endulzara el veneno de la serpiente.
Es verdad que Archipiélago gulag (1973) le consagró, pero toda la perversidad marxista ya estaba mostrada 23 años antes, en 1950, con el genial Un día en la Vida de Ivan Denisovich. Para los que no sean muy amantes de la lectura, aconsejo éste, que es más corto y donde el valiente Alexander aún tenía muy fresca, fresquísima, su estancia en los campos. Es ahí donde Solzhenitsyn logra mostrar toda la hipocresía de la revolución proletaria y toda la labor de ese mal bicho llamado Carlos Marx y de aquel gángster llamado Lenin.
Y es que el nazismo es prusiano, por tanto, basto, primario, inmediatamente identificable en la barbarie. El comunismo es mucho más hipócrita, en la teoría está más alejada de la práctica que en los fascismos. Si lo quieren de esta otra forma, el comunismo es tan homicida como el fascismo pero mucho más inteligente, porque apela a la debilidad humana, a la justicia social. Por eso duró mucho más. Pero, tras Solzhenitzyn, la máscara cayó y, avisado quien quiso estarlo, comenzó la cuenta atrás hacia su descomposición interna, mientras los intelectuales occidentales, seguían calificando al autor del Archipiélago gulag como un fascista o un proletario resentido.
Otra grandeza del hombre ahora desaparecido es que, tras 40 años de lucha contra el leninismo, no se conformó con la nueva Rusia. Un país moralmente machacado desde 1917 no podía pasar de la noche al día sin un coste. Así, el socialismo ruso se convirtió en capitalismo de Estado con la Perestroika, y del gulag de Stalin hemos pasado a la Rusia capitalista y mafiosa de Putin. Hemos mejorado sí, aunque no mucho, pero don Alexander exhibe una doble heroicidad: la de denunciar la barbarie oculta del estalinismo sin Dios y la de enfrentarse el mal menor de la Perestroika sin Dios. No sé cuál le exigió más coraje. Si tras la caída del Muro se hubiera quedado callado habría recibido un montón de homenajes.
Eulogio López