En una muestra de coraje sin límite, de arriesgado valor, de lucha contra la adversidad, de defensa del débil frente al fuerte… el ministro de Justicia del Gobierno Rodríguez Zapatero, el canario Juan Fernando López Aguilar, ha presentado en el Congreso su programa de Gobierno sin pelos en la lengua, cogiendo el toro por los cuernos, el rábano por las hojas y la gimnasia por la magnesia. El vademécum es este: divorcio facilón, aborto libre, muerte dulce (incluso sobona) y matrimonio gay con incertidumbre: adopción sí, adopción no.
Es como un vademécum, una retahíla preciosa, una cantinela, una panilodia (sólo que al revés, porque aquí nadie se arrepiente de nada). A mí, lo de este canario tan, tan progre, me recuerda las llantinas de un niño cuando no ha conseguido su capricho: caca, culo, pedo pis. Así, todo seguido: divorcio, aborto, eutanasia y mariquitas. ¡Qué modernos somos, rediez!
Al mismo tiempo, conviene reconocer que el Zapatismo tiene ese don de la oportunidad que hasta sus más feroces enemigos le reconocen. Veamos.
En un momento en que en España, año 2002, se produjeron 115.000 rupturas matrimoniales (un matrimonio roto, separado o divorciado, cada 4,5 minutos), cuando descubrimos que el ritmo de crecimiento de los matrimonios entre 1996 y 2000 fue del 7%, mientras el ritmo de crecimiento de rupturas fue del 26%… Mr. Bean anuncia que hay que facilitar los trámites del divorcio, reduciendo, por ejemplo, el tiempo previo de separación. Esto es muy útil. De otra forma, podría suceder que, durante los trámites, alguien se arrepintiera y se salvara el matrimonio. Y eso no puede suceder. Tanto Zapatero como Aguilar son muy conscientes (y sino la vicepresidente Fernández de
Y en un momento en el que se perpetran 77.000 abortos en España (el aborto libre, la verdad es que ya existe, pero se trata de tocar… las narices), cuando España se ha convertido en el paraíso europeo del aborto, cuando abundan las mujeres trastornadas por haber abortado, cuando la ley del año 85 de ha convertido en la gran estafa nacional, con el coladero del aborto psíquico (que se realiza en cualquier momento de la gestación), cuando multinacionales farmacéuticas se forran con los distintos tipos de abortivos químicos… se decreta la liberalización del aborto sin causa alguna, porque me sale de… las narices.
Y en un momento en que la sociedad española bate record de consumo de ansiolíticos, cuando la depresión es la enfermedad de moda, cuando comienza a darse una palpable aversión a la vida y una obsesión morbosa por la muerte, cuando los viejos son esos especímenes molestos (salvo a la hora de votar, claro)… Mr. Bean abre la puerta a la eutanasia.
Y en el momento en que el llamado tercer sexo, o degeneración de los dos únicos sexos existentes, amenaza la supervivencia misma de la raza humana, amén de estar pesadísimos, entonces, Mr. Bean decreta el matrimonio gay y la adopción de niños por homosexuales: ¡Pobres críos!
Es decir, que seguimos en la política de lo fácil. Todo el Zapaterismo es la política de lo fácil. Abrir las fronteras a los inmigrantes, crear puestos de trabajo, poner orden en las cuentas públicas es cosa más compleja, pero el caca, culo, pedo y pis sale gratis. Es más, crea muchos puestos de trabajo: abogados divorcistas (los más carroñeros y los más forrados de todos), clínicas abortistas, personal para clínicas de entierros prematuros (supongo que contratarán a los mejores especialistas: los empleados de los corredores de la muerte norteamericanos), y demás abogados, notarios y otros leguleyos, además de psicólogos y asistentes sociales. Por no hablar de los sepultureros.
Lo que subyace al fondo de toda esta obsesión antivida podríamos resumirlo así: el problema del progreso técnico es que convierte el homicidio en algo muy sencillo y hasta aséptico, higiénico. Desde que se inventaron las armas de fuego para asesinar no se necesita tan siquiera coraje: sólo que te funcione el pulgar para apretar un gatillo. Y lo mismo ocurre con el aborto en el siglo XX: no se necesita un cobertizo con una bruja cirujana reventando las tripas de la madre homicida en medio de un charco de sangre, sino una aséptica, y tremendamente higiénica (para muchos, moralidad e higiene son sinónimos), y modernísima clínica donde los matasanos se esfuerzan en que la madre no vea los restos del hijo que le acaban de destripar.
El progreso técnico es una maravilla, pero corre el riesgo de convertirse en algo simétrico, aséptico, higiénico: es decir, todos los adjetivos que acompañan a lo que está muerto. El progreso, tantas veces, se convierte en la animadversión a todo lo que crece, a la vida, porque todo lo que crece y está vivo también se descompone y se pudre. Y eso da mucho asquito a la progresía finolis. La línea recta y las formas geométricas, siempre tan admiradas, suelen ser la forma de la muerte. Como decía Tolkien, el mal tiene alma de metal. Por el contrario, la vida suele ser asimétrica e informal, a fuerza de imprevisible.
Pero todo esto es lo de menos, lo de más es que la política de nuestro Gobierno es de lo más oportuna.
Eulogio López