Ese día, sólo que en 1571, don Juan de Austria, al frente de una flota española, veneciana y genovesa, derrotaba a la escuadra turca, musulmana, que había convertido el Mediterráneo, siguiendo la instrucciones de la alianza de civilizaciones, en una mar de esclavos. No cabe mayor alianza: los mahometanos eran los esclavistas y los cristianos los esclavos.
Como los húsares polacos en la Batalla de Viena, un siglo después, la flota española detuvo al Sultán y salvó a la Europa cristiana de la tiranía que venía de Arabia, la misma que luego cristianizaría y civilizaría el mundo.
Una gloria española, encomendad a Santa María por los hombres de la Tierra de María, los únicos que hicieron caso de la llamada angustiosa del Papa -similar a la de hoy, por cierto- ante la violencia musulmana. Naturalmente, ese esfuerzo heroico de España sólo podía ser cantada por un británico, por Chesterton en su balada Lepanto: El Papa ha tenido sus brazos a todas partes ante la agonía y la perdición / y ha reclamado a los reyes de la Cristiandad espadas para defender la Cruz. / La fría reina de Inglaterra se mira en el Espejo / la sombra de los Valois bosteza en misa / desde las fantásticas islas del ocaso se oyen apenas los cañones de España.
Naturalmente, en el siglo XVI no existía Zapatero. De otra forma, no habría armado una flota -algo carísimo, que se escapa del presupuesto- y que no concuerda con sus infinitos deseo de paz. Él lo habría arreglado con un constructivo diálogo o con el sultán de Bizancio que es justamente lo que ha hecho ahora, con el sucesor del Sultán, el fundamentalista Recep T. Erdogan. El mismo diálogo emprendido con los piratas somalíes que secuestraron el Alakrana: en cuanto paguemos el dinero, les soltarán.
En el entretanto, al resto nos queda el Santo Rosario, que es arma terrible de las que nunca fallan.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com