O sea, todo muy ecuánime, muy en derecho, como decían en mi Oviedo natal. Un Estatuto, por cierto, mucho más deslegitimado -se aprobó por los pelos y con una fuerte abstención- que el de 1979. O sea, que hemos hecho un pan con unas tortas y hemos descubierto- again- que la administración de Justicia española es un cachondeo y que no tiene un ápice de la virtud que debería adornarle: la ecuanimidad.
Miente como un orco doña Teresa Fernández de la Vega cuando asegura que les da la razón, miente como una corista de elevada nariz Soraya Sáenz de Santamaría, cuando asegura lo mismo; mienten como villanos charnegos José Montilla y Jordi Pujol, cuando exageran lo malos que son en el pérfido Madrid y lo mucho que humillan a los catalanes y, en el mundo en conclusión todos embusteros son y ninguno se entiende... o quizás se entienden y se les entiende hasta demasiado bien.
En el entretanto el pueblo a lo suyo. España se ha plagado de banderas. Lo cual es tan novedoso que resulta bello e instructivo, porque hasta hace bien poco exhibías la bandera y te llamaban fascista. Algunas de esas banderas llevan el toro de Osborne, lo que rebela acendrados sentimientos y sólidos principios acerca de lo hispano y a la Hispanidad. Vamos que no se le hubiera ocurrido ni al mismísimo filósofo García Morente en su Idea de la Hispanidad. Supongo que este patriotismo durará justo lo que el Mundial o hasta que nuestra selección sea eliminada. Pero, en el entretanto, en todo pueblo o ciudad española la bandera se asoman a los balcones y no te llaman fascista.
Los dos arquetipos de la selección son Villa y Casillas, que también son dos arquetipos de la realidad española. Villa celebra sus goles alteando el brazo derecho en un movimiento que, en verdad, a mí también me pareció torero. Se le enfadaron en Cataluña, pues ha fichado por el Barça, y entonces va el amigo Villa y se apresura declarar que no es un gesto de la fiesta nacional, ni mucho menos, sino la repetición de un anuncio suyo, en concreto de McDonalds. Es decir, que Villa no se rige por el patriotismo sino por el patrocinio.
Luego está Casillas, aquel muchacho de barrio de Madrid que salía con su novia, de barrio de Madrid. Luego le dio por el patrocinio, por hacer anuncios, y entonces, con los socialistas en el poder en 1982, cambió de década, de coche y de mujer. Enlazó modelos como mises y periodistas de cámara y mostró que, en materia de virtud (también las virtudes deportivas de la humildad y el esfuerzo en el terreno de juego), la experiencia es la madre de la ilusión. Se olvidó también de esa espléndida campaña publicitaria según la cual los niños imitan lo que ven a sus ídolos. Vamos, que, al igual que Villa, cambió el patriotismo por el patrocinio.
Es lo malo es que tiene dejar el patriotismo en manos de la afición al fútbol: si eliminan a España se acaba el patrocinio; en cuanto surge el patrocinio se acabó el patriotismo.
¿Que en qué consiste el patriotismo español? Pues en el amor a las esencias de España, es decir, los principios cristianos. Porque España no es más que hija de esos principios que, por ejemplo, llevan a la sacralidad de la persona, hija de Dios, como primer mandamiento político.
Por supuesto la sentencia sobre el Estatut catalán no servirá para nada, pero el Estatut tampoco. Insisto, le falta legitimidad.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com