Sin ánimo de ensalzar, pienso que es importante reconocer que en los años ochenta y pocos del pasado siglo Margaret Thatcher supo recomponer un Partido Conservador de su país que estaba literalmente hecho unos zorros, aplastado por una izquierda capaz de mantenerse en el poder incluso habiendo llevado al país a la ruina.
Sin duda puso coto al despilfarro en el gasto público, se enfrentó al abusivo poder de los sindicatos, redujo impuestos y construyó una política en torno a grandes valores como la libertad o el esfuerzo individual.
Tampoco le tembló el pulso frente al terrorismo del IRA. En otro orden de cosas, no es posible entender la caída del Muro del Berlín sin referirnos a su figura, directamente relacionada con Ronald Reagan, Helmut Kohl y, especialmente, al beato Juan Pablo II.
Como ha reconocido el Papa Francisco, los valores cristianos de Margaret Thatcher fueron decisivos a la hora de afrontar su compromiso con el servicio público.
En su biografía política se entrecruzan luces y sombras, pero sería mezquino no reconocer lo que la Europa de hoy debe a la dama de los principios de hierro.
Pedro García