Los cambios registrados en el mundo tras la caída del muro de Berlín han dejado huérfanas de ideas a las socialdemocracias posmodernas, que paradójicamente, en algunos casos, se han aferrado a otras utopías que les conducen a un nuevo radicalismo ideológico.
Ha sido el caso del socialismo español, que de la mano de Zapatero adoptó como señas de identidad la ideología de género, los nuevos derechos, y la "memoria histórica".
Zapatero proyectó un cambio cultural desde el poder político, basado en el desgaste y la marginación de los valores más enraizados en la sociedad española, provocando una profunda división y una respuesta histórica en las calles, que ha demostrado cómo la sociedad civil no estaba tan dormida como suponían Rodríguez Zapatero y el candidato que designó para sucederlo.
La nefasta gestión de la crisis ha hecho el resto. Por su parte Mariano Rajoy ha sabido atraer la confianza de la mayoría sin prometer milagros para salir de la crisis. Los españoles se han convencido de que se puede gobernar de otra forma basada en el rigor, la seriedad y el diálogo, sin sectarismo ni aventuras ideológicas, apelando a los valores que han hecho de España una gran nación.
Esperemos que este modo de hacer se convierta en un hecho y recupere la ilusión especialmente en las generaciones más jóvenes.
Jesús Domingo Martínez