- La paz política sólo llega cuando el nivel de resentimiento desciende en el corazón de cada hombre.
- El rencor es la pasión más venenosa del ser humano.
- Primero es rencor contra el hombre, luego, rencor contra Dios.
- Y así, vivimos en una guerra mundial por etapas, guerra de todos contra todos.
- Por eso, la Navidad debería servir, de entrada, para acercarse a la confesión: única medicina contra el resentimiento.
Lo explicaba perfectamente
don Fidel García, un lector de Hispanidad, cuando resumía la
Navidad en estos versos de
Rubén Darío:
La verdad está en ser tranquilo y fuerte/ con el fuego interior todo se abrasa/ se triunfa del rencor y de la muerte/ y hacia Belén…¡la caravana pasa!
Es decir, hay que tener más valor para no golpear que para golpear. Para esto último sólo hace falta ira y/o hábito.
Hay que
distinguir entre la paz interior y al exterior. Esta segunda, la paz política, consiste en no matar a quien te apetecería matar para evitar la posibilidad de que él no te mate a ti antes. Muy distinta es la paz interior que consiste en superar el rencor, es decir, las ganas de matar al susodicho.
No es la violencia el origen del resentimiento sino al revés: es el
rencor, el
odio, lo que provoca la
violencia e inicia la espiral interminable. En la
III Guerra Mundial en la que vivimos, la guerra por etapas y por lugares, la guerra de
todos contra todos, ni tan siquiera se precisa un acto inicial de violencia. Falta la humildad de Belén, del Dios-Niño, y entonces el resentimiento contra el prójimo se basta y sobra para generar y alimentar una espiral de violencia interminable. Primero es rencor contra el hombre, luego es rencor contra Dios.
Dicen que el único remedio contra el
resentimiento es la amnesia, pero no vamos a proyectar un algo tan fatalista.
Cuando vences al resentimiento (del todo, nunca jamás), cuando controlas la pasión más venenosa del ser humano (al lado del rencor, la lujuria o la codicia se convierte en fruslería) entonces has vencido a la misma muerte.
La diferencia entre la somera paz exterior y la revolucionaria paz interior es algo parecido a la diferencia entre los dolores de contrición y atrición. Todos están de acuerdo en que la contradicción es mucho más perfecta, más señorial… y definitiva.
El remedio contra el rencor no es el Alzheimer sino la
confesión. Porque cuando el hombre se humilla ante Dios, no antes, es cuando puede reconciliarse con su vecino. No antes.
En Navidad, a confesarse. Y deje de quejarse del consumismo rampante. Esto es mucho más relevante.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com