Termina la semana de la Encarnación de Dios hecho hombre con la fiesta litúrgica de La Anunciación, nueve meses antes de la Navidad. Y como por mucho que nos empeñemos el aborto es mucho más que el aborto, es toda una filosofía de vida que nos lleva a concluir entre otras muchas cosas, que “con aborto no hay democracia” posible.

La utilización de embriones humanos -es decir, de personas- como medicamento o como cobayas de laboratorio constituye una vergüenza para esta generación. Y se trata de una aberración silenciosa

Para mí, que toda esta filosofía de la existencia, la cosmovisión provida, desde la concepción hasta la muerte natural, fue resumida, mejor que por cualquier otro, por Benedicto XVI, cuando exclamó aquello de “Dios ama al embrión”. Ahí está resumido todo, toda la buena doctrina.

El derecho a la vida no se agota en el aborto y la eutanasia: alcanza a la cosificación del hombre, una de las claves perversas de nuestro tiempo. Ejemplo: la utilización de embriones humanos -es decir, de personas- como medicamento o como cobayas de laboratorio, que constituye una vergüenza para esta generación. Y ojo, se trata de una aberración silenciosa.

Vivimos la utilización de líneas celulares procedentes de abortos para las vacunas contra el Covid o las propias clínicas FIV, mataderos silenciosos e incluso aplaudidos. Y lo peor es que ni tan siquiera somos conscientes

O más en presente, la bárbara utilización de líneas celulares procedentes de abortos para las vacunas contra el Covid, que la Iglesia sólo ha aceptado como mal menor, pero no le gustan ni le gustarán jamás.

O las propias clínicas FIV, mataderos silenciosos e incluso aplaudidos, que blasonan de dar vida cuando por cada vida que consiguen destruyen a otras muchas personas.

Y lo peor es que ni tan siquiera somos conscientes.

No, todo se resume en la frase de Ratzinger: Dios ama al embrión. La lucha por la vida debe continuar. En estos momentos, el mayor pecado no está en los abortistas sino en los provida que callan.