En Canarias, “a muchas personas se les niega un tratamiento por el coste, por la edad”
Cuando le pones un micrófono y una cámara a Juan Español se convierte en un personaje políticamente correcto.
Los países que no han sometido a sus ciudadanos a un arresto domiciliario tan duro como el español han sufrido menos muertos por el coronavirus que nosotros... pero el miedo impide pensar.
Poco sabemos de este virus por lo que tampoco sabemos si las precauciones contra él son realmente útiles. Además, al virus no hay que evitarlo: hay que eliminarlo.
El tal anciano sabio es alguien que apareció la noche del miércoles en un canal de TV, una especie de mancha de color en el inmaculado lienzo blanco, limpicísimo, del lavado de cerebro nacional.
Háganse una idea. Las televisiones nos bombardeaban, todos los días, hoy más que ayer y menos que mañana, en permanente alarmismo, con los rebrotes del Covid, cicateros sobre la irresponsabilidad del vecino, persecución a los insolidarios, censuras a los discrepantes y, sobre todo, el pueblo, siempre el pueblo: decenas de personas que suplican que el Gobierno aún les encierre más, que exigen otro confinamiento, si acaso, más duro aún que el anterior.
Una manipulación, claro está, ayudada por el hecho de que cuando le pones un micrófono y una cámara a Juan Español se convierte en un personaje políticamente correcto, que ya no dice ni lo que piensa ni lo que siente, sino lo que cree que debe decir y pensar para no ser expulsado del rebaño.
El español es físicamente valiente (espero que no haya perdido este coraje, porque cuando uno contempla el miedo a la muerte que ha despertado el Covid-19 entre los españoles…) pero sufre, siempre ha sufrido, una tremenda cobardía civil.
Y fue entonces, cuando entre un mar de gente que hablaba de la necesidad de ser más responsable en Madrid y de que estaría muy bien que el poder estableciera más restricciones, surgió un anciano con cara de no ver mucha televisión o sea, que el tío incluso pensaba, y pronuncia una sola frase… pero contundente:
-Pues sigamos trabajando, porque de algo hay que morir.
Fue otra entrevistada, asimismo enlatada entre muchos contrarios, en otro canal de televisión, quien meses atrás pronunciara otra frase genial (si, también estaba en minoría): Para vivir así, prefiero el virus.
No se engañen, Pedro Sánchez se pasó tres pueblos en marzo, abril y mayo, y los españoles no van a aguantar otro confinamiento tan salvaje como aquel al que nos sometió el Gobierno socio podemita. Ni de coña.
Pero ahora lo que me importa es que sólo un anciano, un anciano sabio, fue capaz de romper con lo políticamente correcto, en medio de la histeria colectiva que nos domina.
Para quien está atenazado por el miedo al virus, de nada sirve recordarle que todos los países que no han sometido a sus ciudadanos a arresto domiciliario han sufrido menos muertos por el coronavirus que nosotros: Polonia, Francia, Alemania, Holanda, Austria, Hungría, Suecia, etc, etc, etc.
El miedo no piensa.
El anciano tenía toda la razón: hay que trabajar para vivir, porque si no nos morimos de hambre. El virus no puede ser una excusa para cruzarnos de brazos, esto constituye una irresponsabilidad mucho mayor que la de no llevar bozal.
Y las precauciones no hacen otra cosa que aumentar el miedo. Pero, además, las medida de prevención contra el coronavirus no pueden convertirse en un instrumento para anular la libertad del hombre. Porque la persona, además de un ‘ser vivo’, es animal… racional y, por tanto, libre. Así fue creado por Dios, que le llevó de la categoría de creatura a la de hijo.
Y miren ustedes, poco, poquísimo, es lo que sabemos de este virus, por lo que tampoco sabemos si nuestra actual obsesión por las precauciones son realmente útiles. Además, el virus no hay que evitarlo: hay que eliminarlo.