Finalmente,el Hospicio Irene Thomas ubicado en Delta (Columbia Británica, Canadá) ha tenido que cerrar sus puertas, por negarse a practicar la eutanasia. La organización benéfica del que dependía, Delta Hospice Society, se negó a ofrecer la eutanasia a sus pacientes y, entonces, el Ministerio de Salud retiró los fondos públicos correspondientes, por lo que todo el personal tuvo que ser despedido el 24 de febrero. Según publica Infocatólica, la autoridad sanitaria estatal también exigió el traslado de los pacientes moribundos, lo que provocó importantes protestas por parte de los familiares.

Los centros de cuidados paliativos de Canadá deben ofrecer la eutanasia si reciben más del 50 por ciento de sus presupuestos de fondos gubernamentales. La medida no se aplica a los centros confesionalmente religiosos, que siguen teniendo derecho a la libertad de conciencia.

Con el cierre de instituciones como esta, el gobierno del progre Justin Trudeau viene a lanzar el mensaje de que no se podrá curar a enfermos si, por otra parte, no se ayuda a morir a algunos de ellos. Una contradicción in terminis, dado que la labor de los sanitarios consiste en sanar no en ayudar a morir. Pero, está claro que los tiempos y los principios, profesionales y humanos, están cambiando.

El Hospicio Irene Thomas, era una pequeña instalación de 10 camas para enfermos terminales, con buenos cuidados paliativos, ligada a la Delta Hospice Society, que nació inspirada en el movimiento de cuidados paliativos de la prestigiosa Cecily Saunders, enfermera anglicana devota que modernizó el cuidado integral a moribundos, con un enfoque de origen cristiano y siempre provida, que recibió el Premio Templeton.

Canadá, como, por ejemplo Holanda, -y más recientemente España- descienden por una pendiente resbaladiza, la de la eutanasia, que en 10 años -tal como alerta Manuel Martínez Sellés- podría acabar con la vida de personas que no han solicitado la muerte.