España es un país donde siempre se ha hecho cine social emotivo, quizás porque los directores se sienten cercanos a las problemáticas que presentan. Es el caso de Techo y comida, ópera prima de Juan Miguel del Castillo, que narra un relato cuyo eje es la dura problemática del paro y las consecuencias que se derivan de esa grave situación. Rocío, una joven madre soltera, se encuentra sin trabajo y trapichea en lo que puede para sobrevivir junto con su hijo Adrián, de 8 años. Finge tener una vida normal, y lleva con dignidad la situación, hasta que todo se precipita cuando le denuncia su casero, por impago de alquiler, y ella tiembla ante la posibilidad de que le retiren la custodia de su hijo, su ser más querido. Realizada con poco presupuesto y aportaciones privadas, las carencias materiales se suplen con la emocionante descripción de esos ciudadanos que viven en el umbral de la pobreza en los países desarrollados. A ello colabora la impresionante y sentida interpretación de la joven actriz Natalia de Molina, que no deja de recibir premios, y a quien descubrimos su talento interpretativo en Vivir es fácil con los ojos cerrados. Dicho esto, lo que es una cualidad se convierte en también un defecto, porque el bisoño director, en su afán de denuncia, exagera y describe una situación casi tercermundista que parece más cercana a Venezuela que a España, donde la solidaridad hace que los ciudadanos (afortunadamente) puedan comer caliente todos los días. Hasta el momento, Techo y comida se ha llevado diversos galardones. En Festival de Málaga se convirtió en la película revelación, alzándose con el Premio a la Mejor Actriz para Natalia de Molina y el Premio del Público. Igualmente el director jerezano también ha recibido el Premio a la Mejor Ópera Prima de la mano de la Asociación de Escritoras y Escritores Cinematográficos de Andalucía. Para: Los que quieran contemplar a una joven y buena actriz: Natalia de Molina Juana Samanes