Un joven viaja a su pueblo natal, cerca de la cala de Hope Gap, para pasar un fin de semana, requerido por su padre. Allí, éste le confiesa su intención de marcharse de casa y poner fin a un matrimonio de 29 años. Tras esta dramática noticia, cada uno de los miembros de la familia intentará salir adelante y recomponer su vida de nuevo.

Desde la primera imagen asombra el realista acercamiento a un divorcio, al igual que la vida misma. La razón es sencilla, el director y guionista William Nicholson, se inspiró en el de sus padres y esa autenticidad se palpa en todo momento.

Agrada favorablemente  la ecuanimidad en el relato de los acontecimientos que deja claro que cuando fracasa un matrimonio la mayoría de las veces es por culpa de los dos, mientras actualmente, y debido a un feminismo radical,  siempre parece culpable el varón de la pareja. También es acertada la forma en la que va desgranando una de las principales fricciones de las relaciones largas que, si no avanzan hacia adelante gracias al cariño (no hay otra fórmula), dan como resultado una falta de respeto hacia el otro que hace imposible la convivencia. Finalmente, echa por tierra la teoría de que cuando los hijos son adultos sufren menos una separación de estas características, cuando pueden quedarse tan desarmados como cuando son menores si son especialmente sensibles, como ocurre en este caso.

Annette Bening,  Bill Nighy y  Josh O'Connor actúan de forma magnífica, aportando  naturalidad en sus respectivos cometidos. A la actriz americana le corresponde el papel más antipático, el de una mujer brillante pero intolerante con la debilidad que ha hecho de la vida de su marido un infierno; al habitualmente cómico Nighy le toca encarnar a un hombre de buen fondo, pero apático y poco sociable, y el joven O’Connor mantiene perfectamente el tipo metiéndose en la piel de un joven poco expresivo, que tiene que mediar en un conflicto que le duele.

Para: los que quieran ver un drama familiar bien construido pero desesperanzador