El pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado”, dijo Pablo VI. El pecado del siglo XXI debe ser la pérdida del sentido, añado yo, consecuencia directa lo uno de lo otro.

Miércoles de Ceniza, 26 de febrero de 2020, en la capilla de un hospital español. Ante de la imposición de la ceniza, el sacerdote dirige unas breves palabras para el inicio de la Cuaresma, cuyo sentido, por si se nos había olvidado, es el de la conversión, el de la redención del hombre por Dios en la cruz. Mismamente, las palabra de la liturgia del día: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

Nuestro cura, un buen hombre, seguro, intenta llegar a la busilis de la cuestión una y otra vez, pero al pobre se le atraganta la misma palabra: pecado.

Y oiga, resulta complicado hablar de conversión sin hablar de arrepentimiento, o sea, de pecado.

Al final, con la cautela del domador ante la fiera, suelta el siguiente latigazo: libraos hermanos de las “actitudes negativas, podríamos llamarlas ‘pecado’”.

Exhausto se quedó. Casi no se atrevía el buen hombre a pronunciar la palabra tabú de nuestro siglo: pecado. ¿Podríamos llamarlas actitudes “negativas”, que eso sí que no tengo la menor idea de lo que es? Pero si no quieren no, que conste… y no volvió a hablar, durante toda la celebración, de lo único que debe hablar un sacerdote en un Miércoles de Ceniza: del pecado.

Tareas pendientes para esta cuaresma: recuperar el concepto de pecado, luego recuperar el sentido del pecado, finalmente, recuperar la conversión del pecado. Por último, recuperar el sentido común y hasta el sentido

Y entonces tenemos un problema. Porque claro, si el pecado no existe, tampoco existe el arrepentimiento y el perdón. Y entonces, ¿para qué puñetas celebramos la Cuaresma?

Y la guinda. De inmediato, tras haber pronunciado esas tres sílabas pe-ca-do, nuestro pater, se tienta las ropas (sí, más aún): pero nada de pregonarlo ¿eh?, porque “a nadie le interesa nuestra conversión”.

Mirá vos… y yo que conozco a muchos penitentes que te cuentan su vida, no porque les guste hablar de ello sino porque el mejor predicador es Fray ejemplo y porque, pregonando la conversión propia, y recordando que no es mérito propio, sino de la misericordia de Dios, animamos a la conversión mucho más que con profundas homilías profusas y sermones magnánimos.

Hoy, Miércoles de Ceniza, me he percatado de que, en la Iglesia, el enemigo está dentro y lo que es peor, tiene cara de bueno.

Tareas pendientes para esta cuaresma: recuperar el concepto de pecado, luego recuperar el sentido del pecado, finalmente, recuperar la conversión del pecado. Segunda etapa: recuperar el sentido común. Última, recuperar el sentido: ¿hay alguien ahí?

Tras el Domingo de Resurrección ya nos preocuparemos de las “actitudes negativas”. Te lo juro por Snoopy.