Los presidentes de las Conferencias Episcopales de la UE han enviado este miércoles una carta a las instituciones europeas y a los Estados miembros, bajo el título “Recuperar la esperanza y la solidaridad”.

Entre los mensajes, uno que cobra especial importancia después de lo vivido durante los meses de confinamiento:

“Un elemento crucial para la Iglesia en muchos Estados miembros durante la pandemia es el respeto a la libertad de religión de los creyentes, en particular la libertad de reunirse para ejercer su libertad de culto, respetando plenamente los requisitos sanitarios. Esto es aún más evidente si consideramos que las obras de caridad nacen y también se arraigan en una fe vivida. Declaramos nuestra voluntad de mantener el diálogo entre los Estados y las autoridades eclesiásticas para encontrar la mejor manera de conciliar el respeto de las medidas necesarias y la libertad de religión y de culto”.

En otras palabras, después de que se hayan cerrado los templos en Italia, Francia, Alemania, Bélgica… y de una manera sibilina también en España -aquí fueron los propios obispos-, a la jerarquía europea sólo se le ocurre pedir diálogo.

No nos cansaremos de insistir en que estamos en un momento crucial de la historia de la humanidad, en la que se está planteando la más importante de las batallas: la batalla Eucarística. Y el primer paso para la supresión de la Eucaristía es cerrar los templos, por motivos sanitarios, naturalmente. Es de sobra conocida la predilección del Covid por las iglesias, preferiblemente católicas. No es una exageración: en Irlanda (Europa), por ejemplo, los sacerdotes pueden acabar en la cárcel por oficiar el santo sacrificio con presencia de fieles.