El primer ministro de Francia, François Bayrou, perdió la cuestión de confianza votada el lunes por la tarde en la Asamblea Francesa, por 194 votos a favor y 364 en contra. Es decir, su gobierno tendrá que dimitir, y ya es el cuarto gobierno de Macron que se ha visto obligado a dimitir por perder la confianza de la cámara. A Emmanuel le duran poco los primeros ministros: Elizabeth Borne, Gabriel Attal, Michel Barnier y François Bayrou.
Su dimisión viene provocada, como las de los tres anteriores, por un intento de reducción del gasto público, del tamaño del Estado y del Estado del Bienestar nacido en Europa tras la II Guerra Mundial.
Lo más ilustrativo: lo ocurrido en Francia ayer lunes es, exactamente, por la misma razón, el mismo objetivo, lo mismo... que ocurre en Reino Unido y en Alemania. Hablo de una convicción clarísima en la que coinciden, atención, el gobierno de derecha clásica alemana de Friedrich Merz, el gobierno de aproximadamente centro-progresista francés de Macron y el gobierno británico de izquierda clásica del laborista Keir Starmer: la necesidad imperiosa de reducir el gasto público, gasto que tiene como partida más irreductible el gasto en pensiones, por el trágico envejecimiento de la población... que aún no ha terminado.
Lo curioso es lo que ocurre en España, con Pedro Sánchez y con Núñez Feijóo, verdadera excepción a la regla. En España, el peso del Estado no es menor que en Reino Unido, Alemania o Francia, pero mientras estos tres países sólo piensan en reducir el gasto en España únicamente pensamos en aumentar los ingresos, es decir, la recaudación del Estado, vía impuestos. Marisu Montero no deja de enorgullecerse de lo mucho que recauda.
Ni el PSOE, maniatado por los comunistas de Sumar y por los separatistas, propietarios (ERC y Bildu, BNG, Compromis) o burgueses (Junts y PNV) ni tampoco la oposición de derechas, plantean la impopular pero necesaria reducción del gasto público.
La cosa es de una irresponsabilidad que asusta, y no deja de ser el motivo último por el que España encabeza el desempleo en toda la Unión Europea (27 países) y en toda la OCDE (38 países).
Pero lo que más llama la atención en el Sanchismo, no es que se muestre renuente a reducir el gasto público. Merz, Starmer o 'Lolito' Macron también lo son, sólo que saben que tienen que hacerlo, sí o sí. A ningún político le apetece exigir a su electorado sangre, sudor y lágrimas. Ahora bien, saben que tienen que hacerlo y buscan cómo hacerlo sin que ardan las calles.
Lo que sorprende en Pedro Sánchez es que, lejos de plantearse hacerlo, se enorgullece de su disparatado derroche del dinero de los demás, también llamado dinero público. Después de mí el diluvio, es su lema.
Asegura que la economía española va como un cohete, pero otra cosa es el PIB per cápita. El refrán que mejor resume al Sanchismo es: dime de qué presumes y te diré de qué adoleces. En el caso de don Pedro más bien es: dime de que me acusas y te diré de qué adoleces.
Por lo demás, reducir el Estado y primar la propiedad privada, sobre todo la pequeña propiedad privada, olvidarse del pozo sin fondo de lo público, supone reinventar la meritocracia, una sociedad más justa donde se premie el esfuerzo y se castigue la vagancia. Sencillamente.













