De Escrivá podíamos esperar dos cosas, excluyentes entre sí, cuando fue nombrado Gobernador del Banco de España. La primera sería que intentara recuperar su prestigio como economista tras su paso por el Gobierno de Sánchez. Al fin y al cabo, accedía al cargo con 64 años y con un mandato por seis años, que le hacía inamovible. ¡Qué oportunidad para dejar buen sabor de boca antes del retiro! La segunda, que continuase con la actitud servil ante el poder que le había caracterizado como ministro. Ya sabemos que ha optado por la segunda. Probablemente porque le daba mucha vergüenza reconocer su error con la reforma de las pensiones que lideró hace dos años desde el Consejo de Ministros.
Escrivá no es un ignorante en materia económica. Su carrera profesional lo demuestra. Ahora no se puede confiar ni en lo que fue su buen hacer al frente de la AIReF. Visto lo visto, es posible que sólo fuera un 'chantajista' que criticaba al Gobierno de turno para que lo hiciera ministro. Una vez alcanzado el objetivo, sólo quiere mantenerse en esos puestos de relumbrón a mayor gloria de sí mismo. Sin embargo, le va a pasar como a Pedro Solbes, del que todos recordamos que sólo fue un mentiroso que quería, y lo logró, ser ministro.
Porque Escrivá y Solbes no desconocían la realidad. No hicieron aquello a lo que estaban llamados dadas sus capacidades y conocimientos, simplemente querían ser ministros a cualquier precio. Al menos, Yolanda Díaz es ignorante e incapaz.
Así, el pasado martes Escrivá anunció un Plan Estratégico del Banco de España, que el miércoles publicó. Y publicó un ‘power point’ de 20 diapositivas que no dice nada más que lo obvio y establece 4 objetivos: transformación cultural y organizativa, tecnología, talento y transparencia; tras habernos recordado que su misión es la estabilidad de precios y la solvencia del sistema financiero. Es decir: la nada más absoluta porque todo el documento es un chau-chau de buenas palabras que olvida que, si bien la misión del Banco de España está clara, el único objetivo que necesita para alcanzarla es la independencia respecto del gobierno que padezcamos en cada momento. Y esa debiera ser su lucha: preservar esa independencia, garantía de una opinión técnica al margen de la ideología del gobernante de turno. Para aplaudir al gobierno, ya está el partido que lo sustente en cada momento.
Está claro que Escrivá va a realizar una interpretación muy propia del artículo 24 de su Reglamento interno:
El Banco de España podrá emitir los informes que sobre asuntos de su competencia le sean requeridos o considere oportuno formular, con el límite de su capacidad organizativa y respetando el deber de secreto impuesto por las normas vigentes en cada caso.
Y sólo va a hablar de lo que se le pregunte porque no va a considerar oportuno manifestarse sobre otras cosas, como sí hacía hasta ahora. ¿Cómo es posible si no que no se manifieste sobre esa bomba de relojería que se llaman las pensiones? ¿O sobre la política de vivienda que viene realizando el gobierno? ¿O sobre el déficit público primario (es decir antes de pagar los intereses de la deuda) continuado que mantenemos? ¿Acaso no afectan estas políticas a la solvencia del sistema financiero, a los tipos de interés y, por ende, a la estabilidad de los precios?
La pobreza del último informe anual, amputado, y de la carta de presentación del mismo firmada por el Gobernador (un texto que ha pasado de 30 a 3 páginas), así parece corroborarlo.
Este cambio, comienza a verse ya en los documentos de trabajo del Banco de España, que comienzan a perder rigor. Sirva para muestra un botón. En un reciente documento del pasado 13 de mayo, el Banco de España, en inglés, por supuesto, afirma esto sobre el papel de la banca en la concesión de préstamos acogidos a garantía pública durante el COVID-19:
En consecuencia, la asignación de garantías es subóptima. Por el contrario, un planificador social procuraría transferir todos los beneficios de las garantías a las empresas en forma de una reducción en el pago de la deuda y asignarlas a las empresas donde generen el mayor valor marginal social, como evitar la liquidación o aliviar el sobreendeudamiento de las empresas socialmente productivas.
Es decir, la banca no lo hace bien y sería mejor un planificador central (que ahora llama social) para alcanzar no un mayor beneficio, sino un mayor valor marginal social (que el planificador dictará cual es) en favor de empresas socialmente productivas, que lo de la rentabilidad es una obsesión tonta de los empresarios y agentes económicos. Una transformación del lenguaje que, como tantas otras, justifica el comunismo. En fin, las cajas de ahorros debieron intentar maximizar el valor social marginal de las empresas socialmente productivas, pero no les salió bien.
Sólo nos queda la esperanza de que el Gobierno actual caiga y el Banco de España, no sabemos si por recuperada virtud o porque se convierta en una trinchera frente al gobernante, vuelva a hablar de lo que hay que hablar y critique lo que haya que criticar.