Días atrás estaba yo en Valladolid, paseando por la plaza de la Catedral cuando vi a un sacerdote ataviado a la antigua usanza, con sotana. Primeras horas de la tarde. Caminaba sólo. Resultó ser el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), cardenal arzobispo de Valladolid, Luis Blázquez, y no sé por qué -a uno, de vez en vez, se le ocurren este tipo de tontunas- me acordé del lamento de un viejo sacerdote: a veces los curas nos sentimos solos.

Para entendernos: la apariencia de soledad -apariencia personal mía, presumiblemente incierta- de monseñor Blázquez era la propia de quien predica en el desierto y ya se ha cansado de la aparente inutilidad de su prédica.

Insisto: con la que está cayendo en la Iglesia y en el Mundo, en España y en el Globo, a uno le sorprende el estruendoso silencio de los obispos españoles.

En España, Moncloa prepara el gran ataque contra la Iglesia… del que apenas es consciente el propio Sánchez. Mientras, los obispos españoles, aturdidos, callan

Deberían estar dando criterio todos los días pero apenas se les oye. Cuando el Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez, intenta demostrar que España ha dejado de ser oficiosamente católica -y lo malo es que está dejando de serlo oficiosamente, es decir, realmente- resulta que los obispos españoles callan. Se ha echado el certificado de defunción sobre la España católica, condenando a los católicos a no hablar en voz alta.

Mientras, cunde la blasfemia contra el Espíritu Santo, ese pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro. Ejemplo básico: el aborto ya no se considera despenalizable sino un derecho de la mujer, el derecho a matar a su propio hijo en sus propias entrañas. Pero los obispos españoles callan.

Ojo: como recordaba Juan Pablo II, estos tiempos son tan buenos o malos como cualquiera otros. Pero el signo de estos tiempos no está en la práctica sino, mucho peor, en la teoría: la mentira se nos presenta como verdad, el mal como bien y lo feo como bello.

En resumen, cuando se produce la mayor inversión moral de toda la historia, donde lo bueno es malo y lo malo es bueno, en los tiempos de la blasfemia contra el Espíritu Santo, los obispos de España, país clave en toda la historia del Cristianismo, es decir, en la historia del mundo, mantienen un ominoso silencio o sólo hablan para seguir las huellas de lo políticamente correcto. Por ejemplo, plásticos en los océanos: el futuro de la humanidad depende de ellos. Como si alguien no hubiera dicho en su momento: “No sabéis que Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abraham?”.   

Es como si no tuvieran nada que decir.

Porque en los tiempos de la Gran Tribulación, en los que ya hemos entrado, preámbulo de los tiempos del Anticristo (sí, he dicho Anticristo. No se me alteren: es un personaje y un concepto que figura, de forma reiterada a lo largo de la Biblia y en multitud de místicos), resulta que ni tan siquiera Moncloa, desde luego no estos dos frívolos superficiales que son Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, saben lo que ocurre y en que tipo de campaña bélica están participando: no saben interpretar los signos de los tiempos, les viene grande.

Para entendernos, ya estamos en la Gran Tribulación: ahora toca defender la Eucaristía, que de eso hablamos, también físicamente.

El progre es superficial y absurdo, por definición, pero el tradicionalista, en este momento de la historia, puede pecar de soberbio

En España, un aturdida Moncloa, insisto, instrumento de sabidurías más perversas, prepara el gran ataque contra la Iglesia, consistente en suprimir el sacrificio eucarístico, preámbulo de la venida del Anticristo. Porque el tesoro de la Iglesia es la Eucaristía, de la que vive, aunque muchos lo hayan olvidado, de la misma forma que también es la Eucaristía aquello gracias a lo que vive el mundo aunque no lo sepa.

Y ahora pasemos de España a Roma, donde les aseguro que el mayor problema no es el coronavirus. Tras el Sínodo de la Amazonia y el viraje final de Francisco, que ha puesto las cosas en su sitio, el Nuevo Orden Mundial (NOM) va a por el Papa Francisco: ya se han convencido de que no es de los suyos. Y así, se dará el gran engaño en que tanto ortodoxos como progresistas clericales, empeñados los unos en ver en Francisco a un Papa herético y los otros en creerle un instrumento para hacer una Iglesia ‘liberal’ y, por tanto, un mundo, libertario.

El progre es superficial por definición, pero el tradicionalista puede pecar de soberbia y acostumbra a hacerlo. Convencido de que todo lo que no es tradición es plagio (y está en lo cierto) tiende al desprecio hacia quien no le secunda y le califica de ignorante o de cobarde. Y también en eso es posible que esté en lo cierto, pero no cae en la cuenta de que él no es quién para juzgar, sólo para ayudar.

Y así, ha llegado el momento en que los católicos progres van a por el Papa… y los tradicionalistas también. Si logran tumbarle –y el cisma alemán parece diseñado para ello- es cuando entrará en liza el Anticristo.

Les aseguro que, de todo esto, el bueno de Pedro Sánchez, no tiene ni repajolera idea, a pesar de que, inconscientemente, está colaborando en ello. Como buenos progres, son pobres esclavos de mareas más amplias y dirigidas desde categorías más elevadas que la suya: se sienten protagonistas y son comparsas. Aún así, resultan especialmente dañinos.

La historia es la historia de la libertad y la historia del cristianismo esta: de derrota en derrota hasta la victoria final

Ya estamos en la Gran Tribulación: en breve tocará defender la Eucaristía, también físicamente. Porque el objetivo del Enemigo no es el poder político, aunque le puede resultar útil, aunque lo necesita, no es la atmósfera cultural imperante, aunque le resulte aún más necesaria que la política. El enemigo sólo vencerá al hombre cuando logre abolir la Eucaristía y, si puede, forjar su obra maestra: la abominación de la desolación: cambiar la Eucaristía por la adoración de la bestia.

Y como todo futurible, puede que éste se cumpla o no. El futuro no sólo un niño en la rodilla de los dioses, es también algo aún má incierto: el futuro es una mera y prosaica consecuencia del presente, porque recuerden, y cito a mi admirado colaborador de Hispanidad, Javier Paredes, la historia es la historia de la libertad. No tiene por qué ser así: basta con que nos empeñemos en que no sea así.

Y en cualquier caso, previo paso por la tragedia siempre, en cualquier caso, será para bien. La historia del Cristianismo se define así: de derrota en derrota hasta la victoria final.