Lo cuenta Religión en libertad. Un sacerdote de la Universidad de Navarra se atreve a hablar del fin del mundo. No está mal. Y es que, insisto, no entro en si el fin del mundo, o al menos el fin de la historia, está próximo: es que son muchos, cada vez más, quienes lo creen: aquello que lo repiten y aquellos que lo callan. Además, no se trata de fechar el momento porque, salvo los majaderos, todos saben que eso no es posible: nadie conoce el día ni la hora, sólo el Padre. Hablamos, por tanto, de sensaciones. Las mías son estas: el tiempo de la elección ha pasado, ahora es el momento de apostar por la civilización del amor. Y la razón, que siempre nos protegió, se vuelve cada día más irrazonable. Siempre estará ahí, ciertamente, porque la razón es una cuestión de fe, pero debemos ser conscientes de algunas cosillas: con la ciencia proclamando la nada y el arte hundido en la decadencia, con un sexo que ha perdido su alegría y un miedo que ha perdido la vergüenza de la cobardía y el honor, tenemos un mundo incapaz de sentir -mucho menos de vivir- que del dolor procede la serenidad y que la alegría es un árbol que tiene sus raíces en forma de cruz. Pero todo lo anterior no me preocuparía más de lo debido si no fuera porque creo que estamos llegando al momento álgido, donde el terrorismo espiritual, la marca de nuestro tiempo, hasta ahora clandestino, ha decidido identificarse y pasar a la trinchera. Les confesaré algo: a estas alturas me aburre hablar de relativismo, el tema nuclear de Benedicto XVI, un verdadero gigante teológico. Nadie como él ha diseccionado el credo por el que se rige el relativismo, el mandamiento cursi de Campoamor: "nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mira". Sólo que yo creo que el tiempo del relativismo ha pasado y ha sido relevado por esa blasfemia contra el Espíritu Santo a la que me refería y que -modestia vete- creo que pocos comprenden. Recuerden: relativismo es asegurar que no existe el bien ni el mal o que al menos el uno y el otro se confunden. Pero el pasaje evangélico da un paso más: la blasfemia contra el Espíritu no es confundir, sino asegurar que el mal es el bien y el bien es el mal. Es decir, que Dios es Satán y Satán es Dios. Y esa blasfemia no es perdonable porque supone el mundo al revés, supone, en suma, la adoración del mal, el pecado de todos los pecados. Como perdonar a quien practica el mal y dice que es el bien. Por lo demás, todo está en orden y tras la batalla final, estaremos, sí, ante un mundo más allá del miedo. Lo malo del siglo XXI es el presente, no el futuro. Eulogio López eulogio@hispanidad.com