¡Que tarde la de aquel miércoles 7 de abril! El día comenzó con el muy miedica progre-pepero presidente de Castilla-León, Alfonso Fernández Mañueco, paralizando la aplicación de la vacuna de AstraZeneca, con la aprobación de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, y la bronca de la vicepresidenta primera del mismo Gobierno, Carmen Calvo. Está claro que Moncloa lo tiene muy claro y las regiones también.

Luego el vodevil de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) que dice que la vacuna de AstraZeneca sí produce trombos mortales pero que son tan poquitos los muertos que -glorioso argumento para una vacuna- los beneficios superan a los riesgos.

Con tanta norma, a cual más absurda, y desde luego poco científica, España, y toda Europa, se sumergen en el ridículo en nombre de las “evidencias científicas”

Hombre eso suena bien pero, verán, estamos hablando de una vacuna, lo que se dice una solución definitiva contra el virus que ocasiona muertos. Es decir que, para una vacuna, una sola muerte es un efecto secundario sencillamente inaceptable.

Además, la EMA ya empezó diciendo, diez días atrás, que la vacuna de Oxford no tenía nada que ver con los trombos. Ahora, como un Fernando Simón cualquiera, se desdice y parece que sí… pero sigue defendiendo a AstraZeneca.

Lo lógico hubeira sido que la EMA obligara a AstraZeneca a pagar la licencia y a fabricar las vacunas de Pfizer y Moderna, que son -dicho sea de paso- las que no utilizan líneas celulares procedentes de niños abortados. Eso y no permitir que siga cundiendo el miedo en una sociedad ya esclavizada por el pánico al virus.

Luego, ya entrada la noche, vino la reunión del comité -uno más- conjunto Moncloa-CCAA, ese de la ‘cogobernanza’ con lo que Pedro Sánchez se apunta los tantos cuando acierta y puede culpar a las autonomías cuando fracasan. El tal comité interterritorial del mundo mundial, presidido por la sinpar Carolina Darias, nos comunica que la mascarilla, tapabocas o bozal, seguirá siendo obligatorio hasta en la playa o allá donde no se pueda guardar la famosa distancia de seguridad (variable, por cierto), o cuando hacemos deportes extremos. En unos meses, nos reconocerán que nos lo ordenaron porque no sabían qué otra cosa hacer.

La mascarilla en la playa no deja de ser la más clara muestra del ridículo en el que estamos cayendo, en esta tiranía sanitaria. Y esto nos lo comunicaron cuando ya entrabamos en el jueves 8 de abril. Trabajan mucho estos chicos de la tiranía sanitaria.

Ya sólo queda que nos ordenen andar a cuatro patas. En una sociedad dominada por el pánico… me temo que obedeceríamos

Resumiendo, continúa el vodevil AstraZeneca, producto del miedo -miedo a la muerte- que recorre Europa. El tópico sigue siendo el de siempre:

-Hay que hacer algo.

-Esto es algo.

-Pues hazlo.

Con tanta norma, a cual más absurda, y desde luego poco científica, España, y toda Europa, se están sumergiendo en el ridículo más patético. No me preocuparía si al menos fuéramos conscientes de ese ridi supremo, si mantuviéramos el… sentido del ridículo. Pero me temo que no es así.

Ya sólo queda que nos ordenen andar a cuatro patas. En una sociedad dominada por el pánico todo es posible. Y lo más grave: creo que obedeceríamos. A fin de cuentas, sería la opción más progresista.