La pudorosa, extraordinariamente pudorosa, mexicana Adriana Abascal protagoniza una portada del suplemento del diario ABC dedicado a la mujer (Don Luis María, ¿el ‘verdadero ABC’ permitiría estás portadas? ¿Qué tipo de mujer vende, exactamente, el ‘diario conservador’, en su suplemento ABC Mujer?).

En esa portada aparece doña Adriana en pelota picada aunque se tapa los pies –-lo único que oculta- para poder mostrarnos los zapatitos de la marca que nos quiere vender, porque, para entendernos, no se trata de ninguna información sobre la mujer sino de un publi-reportaje sobre la marca de zapatos de doña Adriana. Pero es portada.

Popularizar la pornografía no la legitima

Por cierto, nos advierte que se trata de una marca muy ecologista, con zapatos cosidos por indígenas y una empresa que se dedica a la reforestación del planeta. Con todas esas virtudes seguro que nuestra Teresa Ribera aplaudía con ganas.

Y todo esto muestra y demuestra el problema mayor: cuando la pornografía se mezcla con la hipocresía. O sea, siempre.

El problema es cuando la pornografía se mezcla con la hipocresía. O sea, siempre

Está claro que, como rezaba un espléndido libro del filósofo Jacinto Choza, la supresión del pudor se ha convertido en un signo de nuestro tiempo. Se ha convertido en un concepto esquivo, casi incomprensible, y eso que es algo muy lógico. Al menos, el catecismo de la Iglesia católica lo explica muy requetebién en cuatro puntos. Aquí están: 

2521 La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.

Ahora bien, ¿qué es el pudor? Muy claro:

2522 El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción.

Una adolescente de nuestros días escandalizaría a una nutreica vampiresa de Hollywood de los años 70 del pasado siglo, en la muy democrática Norteamérica de aquella época

No sólo existe el pudor del cuerpo sino también el pudor de los sentimientos:

2523 Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.

Por último, el pudor no es una creación social sino algo extraordinariamente natural en las personas. Se nace con él, otra cosa es que sea difícil recuperarlo una vez perdido.

Y no, no es un concepto equívoco. Sus manifestaciones varían según las latitudes, pero su esencia es la misma en todas partes:

2524 Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.

Además, es una de esos miserias estériles, cuyo efecto es inversamente proporcional a su frecuencia, salvo para escandalizar

Sí, la supresión del pudor es un signo, peligroso, de nuestro tiempo. Sin duda, urge recuperar el pudor. Y por cierto, el pudor no tiene nada que ver con regímenes políticos sino con ‘regímenes sociales’. Por ejemplo, una adolescente de nuestros días escandalizaría a una nutreica vampiresa de Hollywood de los años 70 del pasado siglo, en la muy democrática Norteamérica de aquella época.

Además, la supresión del pudor constituye una de esas miserias estériles, cuyo efecto es inversamente proporcional a su frecuencia, salvo para escandalizar.

Pero esto no tiene nada que ver con Adriana Abascal: ella lo da todo por vender zapatos. Bueno, y por el planeta. Digamos que le perdonaremos antes su impudicia que su hipocresía.