En Madrid y en otras ciudades españolas hoy, domingo 15 de marzo, será el primer día en el que los fieles no podrán acercarse a comulgar. En la mayoría de las diócesis españolas, lo mismo. Si la Iglesia “vive de la Eucaristía”, parece como si alguien quisiera matarla. Ya estamos en la Gran Tribulación aunque no queramos verlo. El coronavirus es lo de menos, lo de más es para lo que está utilizando el coronavirus.

Pero, ojo, por el momento, no se trata del gobierno socio-podemita, como ha ocurrido, por ejemplo, en Italia (bueno y en Euskadi si hacen caso al peligroso lehendakari Urkullu) quien ha suspendido las eucaristías públicas. En su decreto sobre el Estado de Alarma, el Gobierno Sánchez solo obliga a que los cultos religiosos se celebren con un metro de distancia entre fiel y fiel. Lo lógico, por tanto, hubiera sido separar a los fieles y multiplicar el número de misas.

Y con la connivencia, o colaboración bobitonta, de algunos jerarcas eclesiásticos

Es cierto que te arriesgas a que te detengan por otro de los puntos del infumable Decreto Sánchez: no puedes salir a la calle para ir a un templo sin causa justificada. Habrá que empezar a considerar la Eucaristía como ‘Operatio Dei’, como trabajo de Dios y del hombre.

Pero ese es el riesgo que hay que correr. Necesitamos sacerdotes valientes –dado que los obispos, con excepciones, no están demostrando mucho coraje- y laicos valientes, capaces de oponerse a una ley injusta. Y necesitamos obispos que no sean más papistas que el Papa (mala imagen para el momento dado El Vaticano ha cerrado sus puertas, pero dejemos eso).

Y sí, en España está habiendo curas valientes, contra Sánchez y contra la Conferencia Episcopal Española (CEE), que aseguran a sus feligreses que celebrarán eucaristías en privado pero que si alguno quiere acudir –naturalmente cumpliendo la norma de un metro entre persona y persona- pues que no le van a negar la entrada. Es de mala educación. Además, si el Enemigo juega con la equivocidad de la norma, nosotros también: ¿Dónde está la frontera entre una misa pública y otra privada? Pero tiene guasa que esos curas y esos laicos valientes tengan que rozar la desobediencia a sus propios prelados, que no fueron capaces de plantarse ante el Gobierno y clamar: la eucaristía no se toca. Y las misas digitales están muy bien como mal menor no como norma mayor. Porque la Eucaristía son tres cosas: sacrificio –ahí basta con que esté el sacerdote- pero también banquete, alimento y comunión. Los banquetes no suelen ser de uno, para alimentar a la gente se necesita gente y para la comunión con alguien se necesita algún alguien. Si lo quieren en fino, al otro: la alteridad.

Ahora es el momento de laicos y sacerdotes santos… y valientes

Está naciendo, para entendernos, la Iglesia clandestina. ¿Qué este decreto, y, sobre todo, el espíritu –mal espíritu, a fe mía- que le anima va a durar sólo 15 días? ¿A que no?

La persecución contra la eucaristía  durara mucho más que el virus y el mal se extenderá hasta la prohibición legal y me temo que canónica (¡Ay dolor!), no de la apertura de templos, sino de la celebración de la eucaristía, hasta entronizar, en lugar de la transustanciación, la abominación de la desolación es decir, la Adoración de  la Bestia. Y la Iglesia verdadera terminará en la Iglesia de las catacumbas.

¿Esto va a ocurrir? Pues no tengo ni la menor idea, pero es a lo que apuntan los hechos. Que ocurra o no depende de que los católicos seamos fieles. Y la fidelidad del creyente pasa ahora mismo por seguir participando en la Eucaristía… como sea.

Así podremos evitarlo, porque la historia es la historia de la libertad (el historiador Javier Paredes ‘dixit’). La historia pende de uno de los grandes dones de Cristo a la raza humana: la libertad, para que le ame o para que le desprecie.

Por lo demás, no olviden que la profecías cristianas no se han hecho para prevenir sino para convertir. Si el hombre cambia la historia, también.

Otrosí: el coronavirus está asentando una filosofía burda, de materialismo práctico y vulgar, que podríamos resumir con la frase eslogan de moda: “La salud es lo primero”. Pues no, aunque lo diga Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, en un vídeo de “concienciación” sobre el malvado coronavirus, lo más importante no es la salud, al menos la salud del cuerpo, al menos para una cristiano con visión trascendente. Por cierto, ni el coronavirus ha logrado parar la tontuna feminista y bobalicona, visible en ese vídeo con la expresión imprecatoria: “por todos y por todas”. Sin duda, una precisión importante.

Pues no, para un católico, lo más importante no es la salud. Lo más importante es estar en gracia de Dios. Claro que si el padre Rubiales me contradice…