Increíble pero cierto. No habían terminado la 12 horas de libertad graciosamente concedidas por don Pedro Sánchez Pérez-Castejón a los niños españoles -y a sus padres, no lo olvidemos- cuando ya una de sus ministras mejor consideradas -nunca entenderé el porqué- del Ejecutivo, la titular de Defensa, Margarita Robles, ya había amenazado a los españoles, como si los padres fueran, también, niños chicos, o mejor, reclusos de un penal, a los que se les puede echar una buena reprimenda, con amenaza incluida: si no cumplen las normas -¡en su primer día tras 40 días de arresto domiciliario!- el Gobierno podría dar marcha atrás y volver a encerrar a las familias en su hogar bajo represión policial con sanciones gravísimas y/o detención. Robles vertió toda su ponzoña -perdón, su amenaza- en, cómo no, La Sexta, la cadena progre por antonomasia, dedicada a cercenar la libertad del pueblo.

La televisión, adalid de lo políticamente correcto, abronca a las familias españolas por la ‘liberación’ del domingo 26: demasiada felicidad

Pero es igual: todos los telediarios de todas las cadenas de TV nos echaron la bronca. Hasta ahora, los telediarios simplemente constituían la información más frívola, ahora han mejorado mucho: constituyen el brazo armado del poder ante un pueblo neurótico por el miedo al virus, un instrumento tan histerizado como los propios receptores.

Un pueblo acobardado es plastilina en manos de un poder comunistoide como el de Pedro Sánchez. No olvidemos, pues conviene recordarlo cada día, que la mayor amenaza a la que ahora se enfrenta España no es al coronavirus sino a un régimen bolivariano: el comunismo impuesto por la ‘fuerza de las urnas’ que resulta menos arriesgado que el impuesto por la fuerza de las armas, por la revolución comunista clásica.

Estamos ante un pueblo domesticado y un Gobierno fracasado en su primer reto de enjundia, no de mentirijillas: el Covid-19. Un Ejecutivo que no sabe qué hacer contra el coronavirus. No sabe neutralizarlo así que neutraliza a la gente, encerrándola en su casa, para que no se propague… por el momento. Como sabe que eso no basta, porque en cuanto abras la celda el virus volverá a propagarse, el Gobierno apunta hacia un confinamiento eterno, cadena perpetua para todo un pueblo.

A cambio, arruina la economía y forja un pueblo clientelario, pendiente de la subvención pública para sobrevivir y encima permanentemente vigilado para que no se rebele. La amenaza de Margarita Robles, titular de Defensa, resultaría inadmisible, a la vez que repugnante, para un pueblo libre. Pero…

Y Marlaska inicia la ‘monitorización’ de Internet, es decir, el Gran Hermano socio-podemita: reprimir, no ya bulos, sino “delitos de odio”, castigados con hasta cuatro años de cárcel

Mientras, y no es ajeno a lo que está ocurriendo, los obispos católicos abandonan a sus fieles ante el poder. Un pueblo que se confiesa católico en un 67%, lleva seis semanas sin Eucaristía  -la Iglesia vive de Eucaristía”- y sin sacramento de la penitencia. Al parecer, no se han enterado que la mejor vacuna contra el virus es la Eucaristía.

Y en esta situación de carestía sacramental, incluso hay obispos que se vanaglorian de haber ido más allá que el Gobierno Sánchez, porque como decía el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, monseñor Gualtiero Basseti -país donde el gobierno sí ha prohibido la santa Misa- lo primero es la salud.

Y esto lo dice el seguidor de quien se dejó la salud y la vida en la cruz romana para redimir al género humano.

Es igual: un pueblo acobardado, insisto, es plastilina en manos del poder. La televisión, adalid de lo políticamente correcto, abronca a las familias españolas por la ‘liberación’ del domingo 26: demasiada libertad.

Y atención, esta no es una situación coyuntural. Al menos, el Gobierno Sánchez la está aprovechando para que se convierte en estructural, en permanente. El ministro del Interior, Fernando García-Marlaska, uno de nuestros peores ciudadanos, ha iniciado la ‘monitorización’ de Internet -el domingo, la geolocalización, un paso más-, es decir, ha iniciado el Gran Hermano socio-podemita, mediante la grabación de todo tipo de conversaciones y mensajes. Ya saben, para perseguir a los delincuentes. Ojo, ya no se trata sólo de reprimir bulos y ‘fake news’- es decir cualquier crítica al Gobierno- sino “delitos de odio”, castigados con hasta cuatro años de cárcel.

Sí, los delitos de odio constituyen el gran invento progresista para castigar al discrepante, al disidente y, especialmente, al católico. Es la mejor arma de la venenosa ideología de género, consistente en castigar, con hasta cuatro años de cárcel, a todo aquel que “odie” a alguien. Representa una inversión letal de la carga de la prueba: el acusado de odio debe probar que no odia a su acusador, que naturalmente, nunca se da por convencido porque no pretende defenderse de odio alguno: lo que pretende es encerrar entre rejas a todo aquel que no piense como él. O, al menos, reducirle al silencio bajo amenaza de cárcel.

Con el coronavirus, Sánchez e Iglesias han encontrado el caldo de cultivo ideal, para convertir a España en un Estado totalitario, quiero decir, bolivariano, Y encima las televisiones aplauden. Contemplar la pasada noche del domingo a Matías Prat, un icono de la televisión en España, hablar de ‘irresponsables’ e “insolidarios”, a quien se permitieron disfrutar de un día de libertad con sus hijos, era como para pensar que el pueblo español está enfermo, enfermo de sumisión y de cobardía.