Decíamos ayer que sólo un obispo español había abogado, y había puesto en práctica, por no suprimir las eucaristías públicas… cumpliendo con la legalidad, ‘of course’, que consiste en mantener al menos un metro de distancia en cualquier reunión de personas.

Pues vean este mensaje que a todos los escépticos y me temo que a un buen número católicos, les parecerá casi extravagante, si no insultante, pero que yo lo firmo ahora mismo: “La vacuna contra el coronavirus es la Eucaristía”.

Hemos olvidado que el dolor de estómago provoca ira y la ira provoca úlcera. Hemos olvidado la relación entre lo espiritual y lo material

Porque el problema del mundo actual no es la secularización del poder político sino la secularización de la Iglesia, clerecía incluida. Concretando: ¿Cuántos católicos creen en la transustanciación? Es decir, ¿cuántos católicos están convencidos, creen, saben, que, tras pronunciar el sacerdote las palabras consagratorias, el pan y el vino se convierten en Dios, Creador, Redentor y Padre?

Pues si no crees en la Eucaristía no crees en nada, aunque seas cardenal plenipotenciario o archipámpano metropolitano. La vieja de la esquina, a quien tildas de beata, te supera en rango, chaval.

Dicho de otra manera: ¿Cómo puede un obispo prohibir las eucaristías públicas? Ni emergencia sanitaria ni perrito que nos ladre. La Eucaristía, con todas las prevenciones sanitarias que se quieran, tiene que oficiarse, en cuantos más sitios mejor. Menos miedo a la muerte y más temor a la condenación eterna.

Por otra parte, Dios no es el causante de nuestros males, es la solución. Este espléndido mensaje de un cura de base, el navarro Santiago Arellano, a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, merece ser escuchado porque aclara mucho la situación.

Pero vamos con la segunda parte de la secularización, que es la más interesante. De todo lo anterior, a concluir que la verdadera vacuna contra el coronavirus es la Eucaristía…

Pues sí. Evidentemente, no es esa la vacuna que buscan los científicos, la que ayudará a nuestro organismo en la creación de los anticuerpos y la inmunidad  que neutralicen al Covid-19, pero no olvidemos que el hombre y, por tanto, el mundo, son cuerpo y alma y que lo que hace lo invisible repercute sobre lo visible y viceversa, en este animal racional y libre llamado hombre. Con esto quiero decir, no sólo, que el ‘ánimo’ con el que el hombre afronta el coronavirus forma parte de su curación. Eso, por supuesto, pero digo más: digo que la causa del coronavirus es tan espiritual como material… como ocurre con el resto de patologías. Y no porque Dios haya castigado a la humanidad con un virus puñetero por sus muchos pecados. Dios no castiga a nadie, sólo juzga.

Ni emergencia sanitaria ni perrito que nos ladre. La Eucaristía, con todas las prevenciones sanitarias que se quieran, tiene que oficiarse, en cuantos más sitios mejor

El universo creado por Él tiene en sí mismo la razón de sus éxitos y su fracaso, de su felicidad y de sus tragedias.

Dicho de otra manera: cada hombre, y el conjunto de la humanidad como suma de sujetos individuales, en el uso soberano de su libertad, elige entre el bien y el mal. Pero esas elecciones no son ajenas al mundo material, porque el hombre es un ser anfibio de cuerpo y alma. Ejemplo: el dolor de estómago provoca ira y la ira provoca úlcera. Ergo, sí, el coronavirus es producto del pecado del hombre. Por supuesto, como cualquier otra pandemia. Y la Eucaristía y el resto de los sacramentos -pero, sobre todo, la Eucaristía- aportan al hombre la gracia de Dios que le ayuda a optar por el bien… naturalmente que sí, y se trata de un arma poderosísima… ‘quod erat demonstrandum’.

Y entonces es cuando sí, repito, que la mejor vacuna contra el coronavirus es la Eucaristía… y casi la hemos suprimido, señores obispos: vamos mal. El cristiano no puede vivir sin Eucaristía y la Iglesia católica, la única verdadera, corre el serio peligro de luteranizarse.

Necesitamos menos miedo a la muerte y más temor a la condenación eterna. Lo opuesto supone no vivir la realidad

Busquemos la comunión -en gracia- a cualquier precio, aunque sea burlando la ley y asumiendo un riesgo. Porque la Eucaristía es el remedio más veloz y eficaz contra el coronavirus. Los obispos españoles deberían dar ejemplo.