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He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. (Lucas 12, 49-53)
Así de fuerte y de contundente se muestra el Señor, y si estas palabras pudieran verse con cierta y cómoda nebulosa en algunas épocas de la historia, en la era en la que vivimos no pueden ser más acorde con ellas.
Vivimos tiempos de contradicción, aún diría más, de prueba importante para los cristianos católicos y también para algunos cristianos no católicos. Digamos que estamos en el crisol donde la ganga de la fundición es separada del valioso acero a un alto precio de 1.350º. Nos toca vivir en el mundo y no podemos -ni debemos- evitarlo, porque somos hijos de este tiempo, tiempo en el que debemos ser la levadura que amase a la sociedad aunque sea solo con nuestra presencia. Y aun siendo ya importante nuestra presencia, nuestro testimonio que en ocasiones consistirá en nuestro elocuente silencio, también debemos actuar cada uno según nuestras capacidades, nuestra relevancia en la sociedad o nuestro apoyo material a iniciativas de terceros.
Sí, el fuego está servido y está rabioso. Y la división también en todas y cada una de las vicisitudes de la vida. No encontramos paz entre las familias, en esas familias artificiales que han venido al fin a romper -o mejor dicho, corromper- una necesidad natural, antropológica y deseada por Dios. No hay paz en los individuos que han enmarañado su esencia de hombre y mujer, sometidos al libre albedrío que la sociedad ha dispuesto para confundir su origen y su destino. No hay paz en la sociedad, revuelta por el pasado, olvidados del presente que han de vivir.
No hay paz en la Iglesia, signo doloroso de contradicción en su seno, especialmente en la alta jerarquía, que confunde a la Iglesia militante, perturbándola en ocasiones como si fuesen esos niños de los que Cristo avisó imperativamente: Ay, de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y sea arrojado al mar. Es el papa Francisco, ese signo de contradicción que hace coincidir a unos con otros, porque el Papa es precisamente el muro que para las fuerzas del mal y las funde para el bien. La Iglesia no es distinta al mundo porque la Iglesia está en el mundo pero no es del mundo, la Iglesia es de Cristo y para Gloria de Dios. El mundo es del Príncipe de la mentira y nadie está a salvo de su influjo. Es por eso que todos los seres sufrimos la misma crisis.
Si alguien que me lea considera que me ha tocado un día apocalíptico, que siga leyendo, que no soy yo quien lo dice: En aquel tiempo muchos discípulos de Jesús al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... (…) Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios. (Juan 6, 60-69).
Sí, son duras estas palabras y por eso hoy también muchos dejan de seguir a la Iglesia que les dio la vida para la vida eterna, porque su fe no era tal, sino una forma cómoda de vida; su amor no era verdadero, sino una bonita y placentera convicción; y su esperanza era solo para lo que le iba bien en sus planes, en términos castizos, solo estaba a las maduras. De esta guerra solo nos salvará una fe fundamentada -no fundamentalista-, porque, lo hemos dicho muchas veces, la fe es razonable, comprensible. La fe no es solo para niños que piensan que el Ratoncito Pérez existe. La fe debe madurar con la persona porque la vida nos irá poniendo nuevas pruebas que sin duda tendremos que contrastar con nuestra pureza de corazón y una sólida formación. Porque si no, seremos como aquellos niños que fuimos, y seguiremos pensando que el Ratoncito Pérez nos va a seguir visitando cada vez que nos quitemos la dentadura postiza.
Fronteras del conocimiento (Sekotia) de Carlos Alberto Marmelada. Escrito para bachilleres, con el fin de prepararles para un mundo hostil a su fe y que pronto comenzarían dudas mucho más allá de su capacidad de defensión, Marmelada escribió este breve ensayo sobre ciencia, filosofía y religión en un tono divulgativo y ciento por ciento compresible. Este libro fue admitido por el Ministerio de Educación de Chile para los cursos homólogos de España en bachiller y primero de universidad.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (Editores Catecismo) de varios autores. Si algo tiene la sabiduría de la doctrina que fundamenta nuestra fe, eso es el catecismo que san Juan Pablo II se empeñó en convertir en una herramienta de información y formación de todo católico de toda condición. Este compendio contiene las partes más importantes y su recorrido por las diversas voces que ayudan a comprender cada una de las partes que hacen la casa de la Iglesia.
Teología fundamental (Rialp) de Jutta Burggraf. De la mano de una de las teólogas más relevantes del momento, nos acercamos a los principios básicos de la teología, una primer escalón que para quien quiera asomarse a este aparente y complejo mundo del estudio de Dios y “sus cosas”, es más que suficiente y además tremendamente aclarador. Debiera ser una obligación espontánea que todo creyente debiera tener, la de la fe que busca entender.
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