Una buena imagen vale más que mil palabras... inconexas. La viñeta que corre por internet es dura pero desgraciadamente es real. A medida que avanzaba el feminismo, desde 1960 -qué casualidad, el año que yo nací- y durante el resto del siglo XX y los primeros 20 años del XXI, el feminismo no ha hecho otra cosa que fomentar el aborto, el crimen más cobarde de todos, ejercido sobre el ser más inocente y más indefenso de todos: el concebido y aún no nacido. Por eso la viñeta es dura, pero cierta y acertada. Y sí, también aciertan quienes afirman que en el aborto hay dos víctimas: la madre y el hijo. Yo diría que tres, porque, aunque algunos varones-padres ni se enteran, su conciencia les despertará algún día y comprenderán que también son responsables de la Gran Matanza (que es mucho peor que la Gran Manzana). Entonces vendrá el llanto y el rechinar de dientes. Y si no viene, peor: ese alma está perdida.

Y encima, resulta que ahora el aborto es un derecho. La nota distintiva del siglo XXI es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Ya saben, lo bueno es malo y lo malo es bueno. Ahora, resulta que el crimen del aborto resulta que es un derecho, un derecho feminista.

Sí, culpo al feminismo porque hemos alabado una doctrina que interesadamente confunde la liberación de la mujer y la obtención de derechos como el del voto, algo que cualquiera con sentido común apoya, con librarse del débil, al que, como diría el Papa Francisco, se descarta. Pero, desde el principio, el feminismo ya albergaba el doble veneno dentro: odiaba la virginidad y odiaba la maternidad, precisamente las dos glorias de la feminidad.

Al final lo que queda es eso: tú te has quedado con un aborto y un perro. Y estás desesperada.

¡Menudo favor que le ha hecho el feminismo a la mujer!