Empieza a preocuparme la profusión de falsos profetas. El falso profeta se distingue del verdadero en que el primero predice el futuro -por lo general, desgracias- mientras el segundo aconseja el presente para que el futuro sea mejor. El falso profeta predice, el verdadero advierte. El falso profeta engaña porque el futuro es un niño en las rodillas de los dioses, el verdadero enseña. El falso es fatalista, el sincero cree en la libertad del hombre que puede trastocar todas las predicciones. O como dice mi amigo Javier Paredes, la historia es la historia de la libertad. Como colofón: el falso profeta asusta, el segundo consuela.

Es lógico: la confusión reina en el mundo y el miedo general ha degenerado en pánico individual, de todos y cada uno, de todos, todas y todes.

En 2021 se echa de menos aquel grito de san Juan Pablo II, un 22 de octubre de 1978 en la logia de la plaza de San Pedro: ¡No tengáis miedo!

No son estos tiempos de grandes pasiones sino de un venenoso languidecer de las almas

Muchas cosas han cambiado en estos 43 años pero el terror telúrico, la náusea metafísica… esa no ha cambiado ni un adarme.

Como no ha cambiado la obsesión con el futuro. El futuro es poca cosa y sólo los tontos se enredan en él. Repito: no es sino el material que se elabora en el presente -este sí es importante-, a ritmo de 24 horas por día y sesenta minutos por hora. En suma, ante el cacao general reinante, es lógico que hayan surgido muchos profetas en la proporción matemática habitual: 1 verdadero por cada 99 falsos.

Pero no sólo eso. En 2021, la contradicción principal es la “contradicción de los buenos”. Concretemos: abundan los católicos con muy buenas intenciones que, por algo tan antiguo como la soberbia, se autoconceden el don de la profecía. Saben que ya estamos en tiempos duros, y entonces pasan a considerarse protagonistas.

Las dos agarraderas de hoy en día son las descritas por el santo de la educación: la Eucaristía y la Madre de Dios. El resto, confusión, ruido y mucho tedio

El padre Ángel María Rojas recuerda algo que viene al pelo, en el libro El Reinado Eucarístico, de la madrileña Margarita de Llano. Se trata de la visión de san Juan Bosco, un 30 de mayo de 1862: la barca de la Iglesia, asediada por todo tipo de enemigos y tormentas, que sólo logra llegar a un puerto seguro con dos diques: el uno es la Eucaristía y el otro, Santa María.

Pues ahí tienen el sabio discernimiento para tiempos convulsos. Más bien tiempos demoníacamente aburridos. No son estos tiempos de grandes pasiones sino de un venenoso languidecer de las almas. No necesitamos valeriana, sino un buen vino que nos ayude a recuperar el tiempo vital que es una forma muy fina de decir que nos ayude a recuperar la alegría de vivir.

Pero insisto, las dos agarraderas de hoy en día son las descritas por el santo de la educación: la Eucaristía y la Madre de Dios. El resto, confusión, ruido y mucho tedio.