Ya lo hemos dicho en Hispanidad: a San Juan Pablo II y a Benedicto XVI se les insultaba, pero a Francisco se le manipula. La cristofobia creciente odia a Wojtyla y a Ratzinger, mientras desprecia a Bergoglio. 

El actual Papa reitera la doctrina de Juan Pablo II: odiar el pecado y amar al pecador. E insiste, exactamente igual que el Catecismo, en que hay que tratar al gay con afecto y delicadeza

En la madrugada del jueves 25 se hacía pública una entrevista de Francisco con Associated Press, con un titular parecido a este: El Papa dice que ser homosexual no es un delito. A alguien se le olvidó transcribir la frase completa: ser homosexual no es un delito pero sí es un pecado. 

Se hablaba de declaraciones inauditas, de giro copernicano en la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad. Pues bien, nada de nada de nada. Francisco ha reiterado, calcadita, la doctrina expuesta en el Catecismo de 1992, obra de san Juan Pablo II. Empecemos por el principio, ¿qué es lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad? Dice estas tres cosas:

Punto 2357

La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1- 29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera 1 h.c. nov-15 Catecismo 2357 - 2359 Sexto Mandamiento Castidad y homosexualidad complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

Punto 2358

Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

Punto 2359

Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

Por tanto, Francisco no ha cambiado nada. Eso sí, el Papa es argentino y habla como los argentinos. No tenía que haber hecho la comparación entre delito y pecado, entre otras cosas porque un Papa se dedica a hablar del pecado y no del delito, que es tarea de los parlamentos. 

Eso sí: no es tarea de un Pontífice decidir qué es delito y qué no: eso es tarea política. Además los delitos de odio atacan al cristiano precisamente por ahí, por confundir delito con pecado

Además, los modernísimos delitos de odio, todo un ataque contra el cristianismo, pretenden precisamente eso, castigar el odio. En otras palabras, condenar a penas de cárcel a todo aquel que disienta del pensamiento dominante. Sin ir más lejos, al cristiano. 

La manipulación de la mañana del jueves ha batido todos los récords: a primera hora de la mañana, una importante página de internet aseguraba que las declaraciones de Francisco, que parecían amnistiar la homosexualidad, acabarían en la admisión de los actos homosexuales por parte de la Iglesia, para lo que, efectivamente, se precisa modificar el Catecismo. Ahora bien, esa no es la intención de Francisco, esa es la intención del lobby gay y de algunos obispos alemanes que, como es sabido, han montado un cisma de no te menees. 

Al asegurar que hay que tratar al gay con delicadeza, Francisco no ha hecho más que ratificar la doctrina de Juan Pablo II que a su vez, no es otra cosa que aplicar la vieja doctrina de San Agustín: odiar el pecado y amar al pecador. No hay ningún "cambio inaudito" de la Iglesia, lo que hay es una inaudita manipulación de Bergoglio al que, sin embargo, sí cabría pedir un poco más de prudencia a la hora de explicar la doctrina, lo que, traducido al román paladino, podríamos resumir así: por lo que más quiera Santidad, deje de hablar 'en porteño'.