En los últimos días han saltado a la actualidad varias noticias sobre ataques protagonizados por musulmanes dentro y fuera España. Fuera, el sirio Abdalmasih H., que apuñaló a seis personas, cuatro de ellas menores, en la localidad francesa de Annecy, aseguró actuar en nombre de Jesucristo. Añadía el engaño a la infamia porque nuestro terrorista es musulmán, no cristiano. Lo que ocurre es que sus jefes le habían dicho que se hiciera pasar por cristiano, cristiano perseguido por el Estado Islámica, para así poder ser admitido en Europa como refugiado. Y así lo hizo nuestro chavalote, que logró burlar a la aduana sueca, que sí le otorgó la condición de refugiado político, hazaña que estaba dispuesto a repetir en Francia. 

Y en España, recordemos el ataque a una iglesia en Algeciras, en el que murió el sacristán Diego Valencia, asesinado por el yihadista Yasin Kanza. Ahora, La Razón recoge que un hombre árabe -y en este caso la nacionalidad aparece directamente en el titular de la noticia, lo que no deja lugar a dudas sobre su origen- amenaza con matar con un hacha a los pasajeros de un tren de Cercanías en Sant Pol de Mar (Barcelona). El violento pasajero, destaca La Razón, iba en la línea R1 y una operación de los Mossos con las policías locales terminaron con su detención.

En Pontevedra, un hombre de origen marroquí y nacionalidad española irrumpió en la comisaría y apuñálo a un agente.

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Y en Málaga, un hombre paraliza el aeropuerto al subirse a una plataforma que conecta el avión con la pasarela de pasajeros.

Y esto sucede en España, un país que no es musulmán... ¿Qué está pasando?