Los derechos del hombre, de suyo formidables, se han convertido en una estafa por mor de unos políticos que tratan al pueblo del mismo modo que los padres blandos -personajes extraordinariamente dañinos- tratan a los niños caprichosos: con excesiva dulzura.

En vísperas de las elecciones al Europarlamento en una Europa degenerada, donde se inserta una degenerada España, es momento de hablar de la ausencia de líderes que pidan el voto según la máxima de John Kennedy que algo bueno dejó para la historia: "No pienses en lo que el país puede hacer por ti, piensa en lo que tú puedes hacer por el país". Ya sé que el  bueno de John Fitzgerald no predicaba con el ejemplo, pero la proposición resulta harto interesante.

La estafa de los derechos: ningún candidato al Europarlamento actúa según la máxima de John Kennedy: "No pienses en lo que el país puede hacer por ti, piensa en lo que tú puedes hacer por el país

Pregonar los derechos de los ciudadanos se ha convertido en la estafa política del momento. Según el pensamiento dominante, y según los políticos que más votos consiguen en las urnas, todos tenemos derecho a todo. Ningún político habla de los deberes que exige la vida en sociedad. 

Y no estamos ante una cuestión teórica sino eminentemente práctica, porque los derechos inagotables no sólo resultarían dañinos sino que, además, son imposibles. 

Ejemplos, a miles: según la constitución española de 1978 todo español tiene derecho a un trabajo pero somos la nación con más paro de toda la Unión Europea. Todo español tiene derecho a una vivienda pero está claro que ese derecho anda en mantillas. Y no digamos nada cuando se produce el fenómeno de la inversión de derechos y así, el derecho a la vida del más débil y necesitado de todos los seres humanos, el concebido y no nacido, se convierte en derecho al aborto. Es decir, el derecho de una madre a matar a su propio hijo en su propio seno, ¡Joé, con los derechos!

La Constitución declara los derechos al trabajo y a la vivienda pero muchos españoles carecen de empleo y de vivienda. Por no hablar de la conversión de derechos. Por ejemplo, del llamado derecho al aborto

Recuerden que todo ordenamiento moral sensato conlleva una serie de deberes, no de derechos, porque aquéllos constituyen la garantía de éstos. 

En el decálogo católico el número de prohibiciones supera ampliamente al de propuestas en positivo y todo ellos, los diez, son deberes, no derechos. Gracias a ese decálogo de deberes y negaciones, Occidente ha alcanzado la cumbre del pensamiento humano, además de constituir la única forma de aproximarse a lo que San Juan Pablo II llamaba "la civilización del amor".

Todo ordenamiento moral sensato conlleva una serie de deberes, no de derechos, porque aquéllos constituyen la garantía de éstos

Con deberes, no con derechos. 

Desconfíen de los políticos que presumen de haber ampliado derechos de los ciudadanos y aléjense de ese vecino que sólo habla de derechos y nunca de responsabilidades.