Recordemos al cardenal Tucho Menéndez su fenómeno espiritual de Medjugorje. O simplemente observemos la preocupación que un periodista de El Mundo empeñado en demostrar que las apariciones de Garabandal son un fraude, y que recuerdan al viejo dicharacho polaco, al aparecer cierto. Un agente de la policía comunista polaca, fue interpelado de la siguiente manera:

-Entonces, ¿usted es ateo?

-Soy agnóstico -respondió el aludido- porque me asombra la firmeza con las que mis compañeros ateos defienden su ateísmo. Tal parece que Dios ha bajado del Cielo para comunicarles que no existe.

Ahora es cuando recomiendo otro gran artículo de Jorge Fernández, el exministro del PP, en La Razón, sobre unas apariciones en Barcelona durante los primeros años de democracia. Otra demostración de que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor ateo que el que pone la conclusión por delante de las premisas. 

Chesterton aseguraba que el racionalista -o sea, el poco racional- no puede creer en el milagro porque se lo impide su ideología. El creyente, por contra, no cree en el milagro por su fe sino por su comprobación empírica. Vamos, que en Lourdes hay gente que se cura de sus enfermedades e incluso hay un registro de curaciones milagrosas, inexplicables para la medicina. Da igual: al racionalista, hoy diríamos al progresista, su ideología le impide creer.

Lo lógico es que, en una etapa fin de ciclo como la que vivimos (no vivimos una era de cambios sino un cambio de era), nuestra Madre, preocupada por sus hijos, practique lo extraordinario y clame porque sus hijos recuperen el sentido del pecado. Lo ilógico sería lo contrario.