No pudimos obviar el debate del momento: la nueva ley que pretende abolir la prostitución. Creo que no podemos argumentar solo con sentencias morales. Porque las sentencias, especialmente las morales, están muy bien para charlas de mesa camilla, pero el debate está en la calle no en nuestra zona de confort, donde todos estamos de acuerdo, donde realmente no avanzamos porque en el fondo, y en la superficie, se trata de un falso debate en el que estamos encantados de conocernos.

Pero qué trae la reforma de ley debajo del brazo: sobre todo modifica el artículo del Código Penal 187, que desvincula la persecución del proxenetismo de la explotación, con lo que amplía el tipo penal que lo criminaliza. También afecta a los negocios inmobiliarios derivados de la actividad. Y castiga al consumidor de “servicios”, con el agravante de si la persona prostituida es menor de edad.

La reforma, que logró salir adelante con los votos a favor de Partido Popular Podemos, y la disconformidad de los socios del gobierno como ERCEH Bildu o PNV, (por su lado Vox presentará enmiendas, pero no se opuso). Una vez expuestos los principales aspectos, debemos aclarar un par de asuntos que hacen referencia a este proyecto, y que una vez más los legisladores no pueden evitar ideologizar también en esta ocasión. Y este Gobierno -el más progresista y feminista de la historia-, como con otras leyes, nace tuerta, porque prostitución es cualquier transacción económica o intercambio de bienes a cambio de algún tipo de servicios sexual, y solo pone la mirada en la que se ejercita con una mujer, como si esta fuera la única variante del negocio sexual. Sin embargo, hay que poner también el ojo crítico en los locales de prostitución homosexual -como el que durante años regentó el suegro de Pedro Sánchez, por ejemplo-. Y también habrá que tener en cuenta a esos hombres que son contratados por mujeres para satisfacción propia y sexual de ellas, los denominados gigolós, porque eso también es prostitución.

Prostitución es cualquier transacción económica o intercambio de bienes a cambio de algún tipo de servicios sexual, pero la reforma de la ley solo pone la mirada en la que se ejercita con una mujer, como si esta fuera la única variante del negocio sexual 

Recientemente he participado de una tertulia relacionada con este tema en la que hubo una sentencia moral, una reflexión retórica y una conclusión.

La sentencia moral: «El sexo no se puede vender porque se trata de la intimidad de la persona». Qué intimidad… ¿Quién decide sobre mi intimidad? En una sociedad líquida, relativista y de parámetros neoliberales, todo se compra y se vende. Todo es o deja de ser según quién, cuándo e incluso cómo me interese en cada momento. ¡Imaginen, si eso se puede hacer con el género que se ve y se toca, fíjense con algo tan subjetivo como la intimidad! La intimidad saltó por los aires desde el momento en que la sociedad aceptó el aborto como derecho de la mujer, por lo tanto, nadie debería aceptar la definición ajena de intimidad desde que mi libertad está por encima de la vida ajena. Si como sociedad somos capaces de convivir con abortorios como vecinos de barrio, o atemorizarnos de la ley que nos prohíbe rezar delante de un local como ese, qué tipo de derecho nos permite decir a los demás qué es intimidad. La intimidad, a la postre, es aquella parte del ser humano que el sujeto considera como algo inviolable, ya sea de pensamiento, palabra u obra, y por lo tanto relacionado con su propia libertad e incluso sus ancestros culturales.

La intimidad se relaciona fundamentalmente en dos aspectos: con nosotros mismos y en relación a los otros. Lo íntimo es un terreno “confidencial” y por lo tanto subjetivo. Sin ir más lejos, hay multitud de jóvenes, chicos y chicas, cuyo objetivo de fin de semana o vacaciones es tener relaciones sexuales con el máximo número de personas, ¿son estas personas más íntimas por el hecho de no cobrar los intercambios sexuales a diferencia de las prostitutas?

La intimidad saltó por los aires desde el momento en que la sociedad aceptó el aborto como 'derecho de la mujer', por lo tanto, nadie debería aceptar la definición ajena de intimidad desde que mi libertad está por encima de la vida ajena

La reflexión: «¿Por algo será que las feministas se preocupan de esto? A la preocupada pregunta sobre por qué las feministas ahora abordan este tema, responderé con claridad: las feministas queer no tienen conciencia, tienen agenda, y ahora toca la prostitución. En la misma línea de Irene MonteroAdriana Lastra también propone leyes de desigualdad. Pero la pregunta es ¿por qué se preocupan de esta ley? Porque con ella solo culpabiliza en exclusiva al proxeneta y al consumidor, es decir, al varón. Sin embargo, choca que su preocupación no persiga hasta el final el caso de las niñas de Baleares; o por qué no arremeten salvajemente, como suelen hacer con los hombres, contra el marido de Mónica Oltra; o más fácil todavía, porque no promueven el cierre y la prohibición de las páginas web pornográficas en España, que si de prostitución se trata, ahí la tiene a la vista de todos, y todas, y todes. El puritanismo feminista procede de la dictadura woke, es decir del discurso políticamente correcto y solo queda reflejado en lo aparente. No profundiza en lo verdaderamente importante: las personas y sus circunstancias.

Por último, la conclusión: «La violación a una prostituta es menos violación que a otra mujer». Cuya afirmación la sostenían porque -según quien lo exponía- es lo que esa mujer ofrece a sus clientes. Me parece una conclusión injusta y aberrante. La mujer prostituta, también posee libertad personal, aunque no la use correctamente -al fin y al cabo, ninguno lo hacemos-, y una violación, en cualquier caso, se da cuando para obtener un fin de terceros se realiza a través de la fuerza (física o por el chantaje). Si una mujer prostituta es violada, es decir, forzada, en ese caso es tan mujer como la más virgen del barrio, y ese acto es tan salvaje como cualquier otro de iguales características.

Con esta ley solo culpabiliza en exclusiva al proxeneta y al consumidor, es decir, al varón. Sin embargo, choca que su preocupación no persiga hasta el final el caso de las niñas de Baleares; o por qué no arremeten salvajemente, como suelen hacer con los hombres, contra el marido de Mónica Oltra; etc.

La profundidad de los sexos (Nuevo Inicio) de Fabrice Hadjadj. Según el autor, algunos propugnan su desinhibición; otros recuerdan las diferencias de los sexos y temen su confusión. Pero, ¿no es posible, más allá de su reducción biológica o de su sublimación psicológica, considerarlos en toda su profundidad?

La educación sexual de los hijos (Digital Reasons) de Pedro Pérez Cárdenas. Todos sabemos que los primeros años de vida de nuestros hijos marcarán la dirección de la aguja de la brújula del día de mañana de cada uno de ellos. La transmisión de conocimientos es fácil; la transmisión de valores, no tanto. Y entre los valores, los más difíciles de transmitir son los de la afectividad y el sentido humano de la sexualidad. Un libro, sin duda, que debemos aplicar a nuestras vidas para trasladarla a las jóvenes generaciones.

Retorno al pudor (Rialp) de Wendy Shalit. La prostitución ha existido siempre, casi siempre por obligación o necesidad. Sin embargo, en las últimas décadas, muchas mujeres se dedican a la prostitución porque se gana mucho y rápido. La sociedad ha perdido la orientación porque ha perdido el sentido de su propia dignidad del ser y piensan que su cuerpo es algo a su libre disposición. Este libro nos acerca al rescate de algo tan íntimo como el pudor.