Libros recomendados
Fue Chesterton quien dijo aquello de que la imparcialidad muestra la ignorancia, y la ignorancia oculta la indiferencia. Sí, es duro reconocer que nuestra sociedad está acolchada por el canapé de cama grueso y asfixiante de la indiferencia, ya sea por cansancio o por desprecio. Es por esto, que cada vez hay menos personas que se mueven ante los atropellos a la libertad de ideas y estilos de vida que desde los gobiernos globalistas hacen un día sí y otro también.
La actual que nos han colado, y porque sí, es la ley Celaá. Una ley sin debate, sin escuchar a las partes más implicadas: los padres y los alumnos, y además sacada adelante por los pelos en el Congreso. Pero no, no es la última, si acaso será la penúltima porque la que nos llega enseguida es la eutanasia, esa otra ley que tampoco tiene debate en la calle porque los medios de comunicación sufragados callan como muertos, nunca mejor dicho.
Hablar abiertamente de la muerte, lo que es y lo que supone para el ser humano, es un tema tabú, por eso la esconden con eufemismos y falsean sobre ella en los datos oficiales -¡ojo, oficiales!-. Mienten cuando hablan de la vida y retuercen esta realidad dando un sentido que no tiene. Quieren vender otro derecho que no existe como tal: la muerte digna, es decir, el control sobre el fin de tu vida, tu cuerpo. Un derecho similar al del aborto, nosotras parimos, nosotras decidimos, olvidando a las vidas y los efectos colaterales que generan las decisiones relacionadas con la muerte. Un derecho sin billete de vuelta y que nunca será justo -por eso mismo no puede ser un derecho- cuando existe una parte indefensa que participa en ese mismo acto.
En cierta forma lo comprendo, porque los que no viven sin el sentido religioso del más allá, el sentido transcendente de la vida, desprecian la muerte como algo intrínsecamente desligado de la vida. Cuando a algo le arrancas el fin para lo que fue creado, deja de tener sentido porque pierde su objetivo. La vida es un camino que nos lleva a la eternidad pasando por la muerte, y cuando no se cree en ella, en la eternidad, te agarras a la vida como a un clavo ardiendo o sencillamente la cosificas. Para la cultura progresista, la eutanasia es una ley que no se compadece de nadie porque es utilitarista, calculada y fría, aunque la vendan como con el aborto de sentimental y autodeterminante.
Quedamos a expensas de que seamos o no útiles, productivos, para la factoría social, y lo que hoy decides tú con tu derecho a la muerte digna, mañana será el gobierno quien lo haga por ti
La muerte pierde sentido para los gobernantes que defienden la eutanasia. Comercializan con ella en las estadísticas, en la información pública y en las urnas, como si fuese algo ajeno a todos, como si se tratara de algo que sucede por ahí o por allí, pero nunca por aquí. Si la muerte pierde sentido para los vivos y desaparece el espacio real que ocupa en nuestras vidas, al final se trivializa con la forma de vivir, y la forma de morir queda al margen. La vida se convierte en un vale todo para seguir viviendo lo más posible y lo mejor, lo que justifica plenamente la materialización del ser humano y el relativismo, adquieren pleno sentido. Y tengan por seguro que la muerte planificada por ley es la muerte más indigna.
Se habla poco de la muerte desde los púlpitos porque se habla poco del sentido de la vida sobrenatural del ser humano. Se escribe poco de la muerte desde los periódicos que deben hacerlo. Erradicar de la concepción de la vida el sentido eterno de nuestra existencia es dejarnos tremendamente miopes ante nuestro devenir, desnudos ante el mundo, porque nada podrá hacernos reaccionar ante la injusticia del hombre contra el hombre. Quedamos a expensas de que seamos o no útiles, productivos, para la factoría social, y lo que hoy decides tú con tu derecho a la muerte digna, mañana será el gobierno quien lo haga por ti. No sería la primera vez que sucede, ya lo hicieron los comunistas de Stalin y los nazis con los que no eran arios o interrumpían sus intereses de poder supremacista.
A este Gobierno no le parecen suficientes los muertos por la pandemia, porque de hecho deben tener un ahorro de varios miles de millones en pensiones, un desahogo, ya que España tiene hoy casi 40.000 pensionistas menos que al inicio de la pandemia. ¿Será la forma de que las cuentas salgan a medio y largo plazo, acelerando una ley que permita que usted muera con toda solvencia legal y los medios sanitarios más adecuados? Puede ser, igualito que con el aborto.
Los últimos días. Razón y práctica de los cuidados paliativos (Digital Reasons) de Manuel Serrano Martínez. Los seres humanos tienen dos características que les hacen especiales, que son la dignidad y la libertad, ambas son conductoras de su ser más allá de la materialidad. Sin embargo, el gobierno de la cultura de la muerte quiere que no lleguemos a pensar en eso y quizá sea el motivo por el que desprecian los cuidados paliativos y apuestan más por la muerte inopinada o ignorante.
Sobre la Marcha (Edibesa) de Luis de Moya. El autor de este libro ha fallecido hace pocos días. Don Luis de Moya era un sacerdote tetrapléjico debido a un accidente de tráfico que le ató a una silla de ruedas y a la dependencia más absoluta. Sin embargo, no dejó sus funciones sacerdotales, celebraba misa a diario, confesaba e impartía formación espiritual. También se convirtió en un dignificador de la enfermedad y un combatiente sin límites en la lucha de la eutanasia, por enfermo se carteó con Ramón Sampedro, primer icono usado por lo primeros impulsores de la eutanasia hace años. El libro es un verdadero acicate de valor por la vida y de ejemplo de que sí se puede vivir dignamente mientras quede una gota de vida en nuestro cuerpo.
El amor, la muerte y el tiempo (El buey mudo) de Juan Jesús Priego. Como escribe Armando Zerolo: si hemos perdido el sentido de la vida es porque hemos perdido el sentido del mundo, y si hay esperanza es porque el hombre participa de una historia de redención. El autor de la obra nos invita a realizar una profunda reflexión sobre la relación entre fe y cultura, entre el mundo y la trascendencia.