Los que tenemos la suerte de asistir a misa de forma periódica, sabemos que durante estos días, la primera lectura es la del Apocalipsis de san Juan. Lectura que afecta a todos, a los que van a misa y a los que no; a los que son creyentes y a los que creen que no creen, y cuyo agnosticismo lo convierten en su propia religión, la de no creer. El Apocalipsis tiene un lectura dura desde el punto de vista que no se ejerce con la literalidad que hoy nos cuentan las cosas, aunque sean fake, pero el contenido es tan terrible como esperanzador, porque en el final de los tiempos sucederá que el bien y el mal se definirán como agua cristalina y posiblemente los que estén ahí para verlo, que no para contarlo, descubrirán con claridad meridiana en qué lado de la raya están.

Para los que no lo sepan, el Apocalipsis es la lectura que cierra el año litúrgico y, con él, la Iglesia nos pone ante la perspectiva del asombro de nosotros mismos en relación con nuestro papel responsable de la definitiva venida de Cristo con toda su Gloria. Esa llegada gloriosa, está precedida de su venida al mundo como Dios hombre y que tradicionalmente celebramos en Navidad, que nos convoca en una alianza de amor de todos con todos. Pero antes de estos días cargados de propósitos santos, de familias reunidas y buenos deseos, están precedidos del Adviento, que tiene su comienzo precisamente este domingo.

Es curioso, al menos a mí me lo parece, como los tiempos litúrgicos se unen a los tiempos de los hombres. Lo digo por estos tiempos de apariencia apocalíptica, donde lo bueno y lo malo se debaten de forma abierta y donde muchos piensan, y con razón, que estamos viviendo una nueva forma de hacer la guerra, cuyas armas son las ideas y que como tales liberan o esclavizan. El Adviento es un tiempo de preparación interior. Un tiempo que nos brinda la vida, y Dios a través de la Iglesia, de limpieza. Una forma de deshollinar nuestros actos, nuestros pensamientos y también -y esto es muy importante- nuestras omisiones.

El Adviento debe condicionarnos de cara a la Navidad. Tanto, que la Navidad debiera ser una consecuencia del Adviento. Puede ser que la Navidad haya perdido parte de su valor religioso y trascendente porque el Adviento no llega al corazón de los hombres. Al final, si no hay sentido religioso, la alegría se queda en las luces callejeras -cada vez menos simbólicas-, las comilonas y los regalos de porque sí… Y es que todo lo anterior -las luces, las comidas especiales y los regalos- procedía del fruto de vivir una alegría profunda interior que nos proyectaba a los demás como expresión de nuestra felicidad que no cabe en nosotros mismos y desborda en los que nos rodean.

Los promotores del neoliberalismo ateo no quieren perderse esta orgía de miles de millones de dineros dando vueltas por el mundo, explotando los sentimientos asentados en la cultura popular de veintiún siglos de cristianismo…

Me llama la atención la incoherencia de una sociedad descreída, descristianizada, que llegados a estas fechas se vuelca en algo que no cree pero se gasta los ahorros en una vena consumista sin precedentes en la historia. Los promotores del neoliberalismo ateo no quieren perderse esta orgía de miles de millones de dineros dando vueltas por el mundo, explotando los sentimientos asentados en la cultura popular de veintiún siglos de cristianismo…

No permitan que les roben estos días. No se lo admitan a las leyes injustas, ni las imposiciones ideológicas, ni a la falta de fe de algunos nihilistas

Como consecuencia de lo anterior, de un tiempo a esta parte surgen hombres y mujeres que se identifican como auténticos y que se distancian apostando por su veracidad al no creer en esto, y en un gesto de puritanismo radical tachan de hipócritas a los demás que sí lo celebran: “todo el año odiando y en estos días estamos obligados a ser buenecitos”, dicen con superioridad moral. Y yo les digo que sí, que es verdad, que mucha gente no sabe qué celebra y que lo hacen porque siempre lo han hecho. Y con alegría añado que menos mal que todavía quedan fechas en el año que nos acercan a los demás, aunque sólo sea por tradición y sólo dure la intención lo que dura tres días y dos noches. ¡Doy gracias a Dios por eso! ¡La sociedad entera debería estar feliz de que esto suceda y siga sucediendo! Son las Navidades los momentos que más felicidad, nostalgia y etapas conciliadoras de la historia de la humanidad han suscitado, a pesar de que las personas seamos inconstantes, pobres de espíritu y olvidadizos con las gracias recibidas tantas veces. No permitan que les roben estos días. No se lo admitan a las leyes injustas, ni las imposiciones ideológicas, ni a la falta de fe de algunos nihilistas. Lleguen a la Navidad con el deseo ilusionante de reencontrarse con los demás. De volver a comenzar una vez más, un año más. Sean creyentes o no creyentes, seguirán celebrando estos días, y seguirá siendo siempre por la venida humana de Dios.

Imitar a María (Grafite) de Juan Moya Corredor. Uno de los actos más bonitos que surgen en medio del Adviento es la Inmaculada Concepción. Este libro le ayuda a vivir de forma acertada la Novena a la Inmaculada, que como sabe son la preparación a la fiesta y que siempre ha sido un nicho de virtudes y gracias por parte de la Virgen, que precisamente se celebra en estas fechas para mostrar su virginidad inmaculada frente a los que tratan de destruir este maravilloso dogma de la virginidad de nuestra Señora.

Adviento y Navidad con los santos padres (Edibesa) de Antonio González Vinagre. Si no sabes por dónde empezar a descubrir la maravilla de estas fechas, este libro es un recurso para vivir dos de los tiempos litúrgicos más intensos que marca la Iglesia para que los cristianos profundicen en su fe: Adviento y Navidad. El que quiere, puede. El que busca, encuentra.

El cordero, la mujer y el dragón (Buena Nueva) de Ramón Domínguez Balaguer. Y hablando del Apocalipsis, diremos que se trata de la manifestación de Dios, anuncio de Jesucristo y de su misterio pascual. Una reflexión sobre la historia humana, en la cual se enfrentan dos fuerzas contrapuestas: el poder del mal que engendra muerte y el amor de Dios. Hay una cierta dualidad, pero no se trata de dos imperios paralelos que se disputen el dominio de la tierra, puesto que uno no es, mientras que el otro ES, de modo que el triunfo del amor está asegurado (de la sinopsis del libro).