El estruendoso silencio del Partido Popular -para no caer en la trampa del PSOE, ¿comprenden?- ha resultado en parte compensado por la jerarquía eclesiástica española (¡Menos mal!). Por una parte, ha sido el arzobispo de Valladolid y secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, quien ha apuntado hacia el descaro del Gobierno: el aborto nunca es un derecho. En efecto, es un homicidio.

Pero más importante me parece la reacción del obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, que recoge esta afirmación del Papa Francisco: "Cada niño injustamente condenado a ser abortado tiene el rostro de Jesucristo". La imagen sobrecoge pero lo sobrecogedor es lo poco que impresionan las ejecuciones masivas de los seres humanos más inocentes y más indefensos: los concebidos y aún no nacidos.

No hablamos mucho de aborto, hablamos poco, porque la defensa de la vida no es una afición sino toda una filosofía de vida y el derecho a la vida no es un derecho más sino la base del resto de derechos de la persona.

En cualquier caso, la reacción de la Jerarquía católica española, a pesar de las excepciones de Argüello y sobre todo de Munilla, ante el engendro legal de doña Irene Montero, la nueva ampliación del aborto que ahora inicia su tramitación parlamentaria, me ha parecido corta y apocada: hablad ahora o callad para siempre. Mejor: no calléis ni debajo del agua.