Fue el humorista norteamericano Garrison Keylor quien se definió a sí mismo en estos trazos: "Mis antepasados eran puritanos procedentes de Inglaterra. Llegaron a Estados Unidos en 1648 con la esperanza de encontrar unas restricciones mayores de las que permitía la ley inglesa en esa época". Hasta ahora no había encontrado una definición más rigurosa del hombre post-pandemia.

La enfermedad más insufrible de todas es la que produce el miedo y la desesperanza más grande es la de la incertidumbre

Hablando  de pandemia... Ante el peligro de regresar a una falsa normalidad tras el bicho quisiera alegar lo siguiente: tras dos años largos después de la imposición oficial de la pandemia, corremos el riesgo de olvidar la evidencia... y negar la evidencia no ayuda a la salud mental de los pueblos, ¡oh, no!

Veamos: el virus es real y tuvo una primera fase, la de la primavera de 2020, realmente letal. Ahora bien, es igualmente real que ese virus real ha sido utilizado para dominar al hombre y convertirle en un guiñapo, un pelele que ha renunciado a su libertad, aturdido por la exageración y la manipulación. En resumen, un hombre dominado por el miedo. 

El virus ha servido a los enemigos de la humanidad para convertir al hombre del siglo XXI en un estafermo, capaz de someterse con tal de sobrevivir

Miedo a la muerte, en un mundo que ha dejado de confiar en Dios y que ha trocado a Dios por un "sentirse bien", libre de toda dolencia. Lo que no entiende el hombre actual es que el dolor más agudo, la enfermedad más insufrible de todas, la que produce el terror y la desesperanza más grande es la de la incertidumbre, ese curioso fenómeno que consigue hacer posible, en la mente del hombre, hasta dos realidades contradictorias, que en ningún caso pueden producirse al mismo tiempo y que provoca un dolor estúpido, dado que dos contrarios no pueden producirse al mismo tiempo. Hasta en las democracias occidentales funciona el principio de contradicción.

A través de ese miedo generalizado al presente y ese pánico telúrico al futuro es como el virus, que es muy real, ha conseguido formar una humanidad esclavizada... y esta esclavitud es tan real como el propio virus. 

Como diría el genial Juan Manuel de Prada: no me gustan los negacionistas pero mucho menos los tragacionistas. Y estos, añado yo, son mayoría, los negacionistas, yo no he conocido a ninguno, deben ser escasísima minoría.

El hombre moderno no vive, solo sobrevive... por lo general pensando en su jubilación, como si la jubilación fuera a librarle de sus miedos

El virus ha servido a los enemigos de la humanidad, que están muy crecidos, para convertir al hombre del siglo XXI en un ser dócil, sumiso, irracional y bastante maleable, un verdadero estafermo, que está para recibir golpes y los devuelve sin tino, un hombre capaz de someterse a cualquier bestialidad con tal de sobrevivir. De hecho, el hombre moderno no vive, solo sobrevive... por lo general pensando en su jubilación, como si la jubilación fuera a librarle de su miedo a la vida.  

Y la solución más plana contra este miedo global, además de confiar en Cristo, naturalmente, es empezar a tomarnos las cosas con un cierto pitorreo. También las amenazas de nuevas variantes Covid. Entre otras cosas, porque siempre ha habido nuevas variantes. Ya lo creo que sí.