Robert Royal, director del Faith & Reason Institute en Washington, ha publicado un libro titulado «Los mártires del nuevo milenio» en el que declara: «México es actualmente el lugar más peligroso del mundo para los sacerdotes católicos. Los cárteles de la droga no toleran ninguna resistencia, especialmente la que proviene del clero», recoge InfoCatólica de Die-Tagespost

En los últimos 18 años, en el país azteca han sido asesinados más de 80 sacerdotes. Y el año pasado, se produjeron 850 casos de extorsión y amenazas de muerte contra curas y una media de 26 ataques semanales contra iglesias. 

Como ha venido contando Hispanidad, en México, tanto el Gobierno del anterior presidente, el ultraizquierdista Andrés Manuel López Obrador (que ejerció entre 2018 y 2024) como el de su sucesora y actual presidenta, Claudia Sheinbaum, han fracasado en sus políticas para combatir el crimen organizado, muchas veces vinculado a las narcobandas. 

López Obrador y Sheinbaum son partidarios de aplicar la política de “abrazos, no balazos” contra los delincuentes, un buenismo que aprovechan estos para campar a sus anchas y cometer todo tipo de delitos.

En ese contexto de impunidad de la violencia y de vacío moral, suele ocurrir que los más débiles de la sociedad terminan pagando los abusos de la ley del más fuerte. Y es lo que les está ocurriendo a los católicos mexicanos, principalmente a los curas. 

Recientemente, los obispos mexicanos emitieron un comunicado en el que denunciaban que “no podemos permanecer indiferentes ante la espiral de violencia que lacera a tantas comunidades de nuestro país”.

“Esta masacre, una más entre tantas que se repiten con dolorosa frecuencia, es un signo alarmante del debilitamiento del tejido social, la impunidad, y la ausencia de paz en vastas regiones de nuestra nación”, denuncian.

Los obispos además hicieron “un llamado urgente” para que las autoridades de todos los niveles -municipal, estatal y federal- “asuman con responsabilidad y eficacia la tarea de garantizar la seguridad y la justicia”. “No podemos acostumbrarnos a convivir con la muerte violenta, ni permitir que la impunidad se convierta en norma”.

A la sociedad civil le pidieron no caer “en la indiferencia ni en la desesperanza. Es tiempo de construir juntos la paz desde lo cotidiano, desde nuestras familias, comunidades y espacios de participación”.

“La violencia no se erradica sólo con el uso de la fuerza, sino con una profunda transformación cultural que recupere el valor sagrado de la vida humana”, añaden. 

“Como Iglesia, reiteramos nuestro compromiso de seguir acompañando a las víctimas, de denunciar el pecado estructural de la violencia, y de trabajar por una cultura de paz, inspirada en el Evangelio de Jesucristo, que ‘vino a traernos vida, y vida en abundancia’”, concluyen los obispos.