La apelación a la humildad constituye una de las notas distintivas del lenguaje político actual. Huyan del personaje que anima a la humildad
Recuerdo haber escuchado la siguiente ironía en una reciente conversación: "lo tuyo no es falsa modestia, lo tuyo es falsa vanidad".
En el contexto se entendía perfectamente: uno de los participantes se echaba faroles tan exagerados que no eran creíbles ni para el emisor ni para el receptor. Es la falsa vanidad, que es virtud, no defecto, lo contrario al engreimiento y el orgullo que no humilla al interlocutor sino que le hace reír.
Sin embargo, la falsa modestia no es más que el pudridero de la soberbia. Al soberbio se le descubre en dos actitudes, que constituyen las dos caras de la misma moneda:
1.La susceptibilidad y el consiguiente resentimiento, la pasión más venenosa, más viscosa y más pegadiza.
2.La cargante costumbre de echar cieno sobre sí mismo, toneladas de barro... para adelantarse a cualquier crítica ajena, que es lo que el orgulloso no soporta.
Traducido: la vanidad es defecto menor y la falsa vanidad... incluso es virtud. Pero cuidado con la falsa modestia, que suele resultar la máscara del orgullo y la marca indeleble de la soberbia, el primero de los pecados capitales.
No necesito recordarles que la apelación a la humildad constituye una de las notas distintivas del lenguaje político actual
¡Ah!, y huyan del personaje que anima a la humildad. Suele ser un auténtico hijo de Satán, el mismo que "se precipitó a los infiernos por la fuerza de la gravedad". No necesito recordarles que la apelación a la humildad constituye una de las notas distintivas del lenguaje político actual.
El vanidoso es mucho más divertido. Por eso, cuando Ortega hablaba de la vanidad francesa y de la soberbia española estaba propinando la crítica más demoledora a los españoles, gente a la que sólo la ironía vanidosa puede salvar de un orgullo atávico.
Resumiendo: no conozco casi ningún presumido soberbio, pero conozco miríadas de soberbios que presumen y predican humildad.