¿Qué es un verano sin Anita Obregón? Si no fuera por miedo, sería la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Nos vende la hija de su hijo fallecido y ahora vuelve a amenazar con ‘procrear’ más nietos por fecundación asistida, vientres de alquiler y otras barbaridades.

Ninguna salvajada he visto que haya pasado con tanto mérito y gloria como la de la fecundación artificial, asistida, centrada en su variable más crematista: la FIV.

Es curioso porque hasta católicos/as deseosos de tener hijos defienden que ‘la FIV es vida’, es decir, un eslogan publicitario de una de estas empresas putrefactas que se han convertido en dos cosas: máquinas de abortos o de eliminación de embriones preimplantados -o sea, eliminación de seres humanos- y destrucción del sentido de la paternidad y maternidad, convertidos en una “experiencia”.

Digo todo esto porque acabo de tener una conversación con un familiar, ya saben, el verano, que desconocía que la Iglesia condenara la FIV. Me temo que no es una excepción entre católicos.

Y sí, la Iglesia condena la FIV y sin paliativos. Vamos al Catecismo de San Juan Pablo II, el texto actualmente vigente para los 1.400 millones de católicos del orbe. Puntos 2375, 76, 77, 78 y 79:

2375. Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a condición de que se pongan “al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la voluntad de Dios” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, intr. 2).

Hasta aquí el mandato general. Entremos en materia:

2376. Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan “su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).

Heteróloga o no, la FIV es una barbaridad. Por cierto, un fondo de inversión, KKR, preocupadísimo por los aspectos éticos de sus compras, hizo multimillonarios a los creadores del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), a los que pagó por su matadero de embriones humanos 3.000 millones de euros.

Pero ojo, no sólo la FIV heteróloga es reprobable sino también la homóloga, porque la procreación ya no es producto de un hombre y una mujer que se entregan el uno al otro:

2377. Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales homólogas) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, sino que “confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos” (cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 82). “La procreación queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de los esposos […] solamente el respeto de la conexión existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de la unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la dignidad de la persona” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).

Este punto 2378 me gusta especialmente: tener hijos no es un derecho, es un don... pues el hijo no es un objeto ni es propiedad de nadie:

2378. El hijo no es un derecho sino un don. El “don […] más excelente […] del matrimonio” es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido “derecho al hijo”. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: el de “ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción” (Congregación  para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 8).

Para terminar: la esterilidad no es una maldición. Es bueno recordar esto aunque resulta poco pertinente: la mayoría de los eunucos actuales lo son porque no quieren tomarse el trabajo de tener hijos, que conllevan mucho trabajo:

2379. El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo.

En cualquier caso, quede claro que la Iglesia condena, de forma taxativa, la FIV... heteróloga, homóloga y mediopensionista. En pocas palabras, que FIV no es vida, es muerte. Más bien, matanza.

Por cierto, hay hospitales que tienen dificultades, afortunadamente, para encontrar sanitarios que perpetren abortos. Sin embargo, la FIV, otro abortódromo -o eliminación de embriones, que es lo mismo- no tiene problema para encontrar carniceros, miren por dónde. Y es que la FIV es un fenómeno mucho más lucrativo que el aborto quirúrgico y muchos médicos sólo se guían por sus principios… naturalmente.